Por: Diácono Yessid Fernando Rubio Rolón, licenciado en teología moral.
Muchas confesiones religiosas no católicas que profesan el cristianismo, proponen su teología desde un encuentro de interpretación personal, promoviendo el presupuesto de ‘sola escritura’, es decir, solo basta el Texto Sagrado para el conocimiento revelado o fuente única de su doctrina. Esto nos conlleva a preguntarnos: si esta protesta es tan pujante hacia la Iglesia Católica, ¿ha de ser que existen otras fuentes que son desvalorizadas para apreciar solo a una de ellas?
La Iglesia en su sabiduría, radica su estudio teológico en la Sagrada Escritura, la tradición y el magisterio de la Iglesia, en una armoniosa proporción de la verdad de la fe, que no puede entrar en conflicto entre ella misma sobre el proyecto de la Revelación.
Iniciemos señalando que aparte de la existencia de la tradición escrita, existe una tradición oral que nos narra la existencia de una realidad divina revelada a los hombres y que está manifestada dentro del mismo texto santo: “Jesús hizo muchas otras cosas, si se escribieran todas, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros” (Jn 21, 25) por lo tanto, todo lo dicho por Jesús no está en los Evangelios y esto es a lo que la Iglesia llama tradición oral (la predicación o elementos que fueron pasando desde la primera comunidad cristiana a nuestros días). Subrayemos entonces la existencia de un criterio de fe que está a la luz de la exposición dogmática, llamada hermenéutica continua, es decir, una interpretación del desarrollo dogmático de la Iglesia como proceso donde no se dé espacio a la ruptura o contradicción de una afirmación de fe y permita así iluminar su misterio. Recordemos cuáles son los tres pilares:
1. La Sagrada Escritura, hace parte de la tradición escrita, es decir, que “los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo” (DV 7).
2. La tradición de los Apóstoles, es todo aquello que nos han trasmitido y que no son solo textos inspirados del canon bíblico, sino que también son fruto de la tradición antigua donde hemos recibido otras cosas como las reflexiones de los padres de la Iglesia o el símbolo de los Apóstoles que resume las verdade de nuestra fe. Esta tradición es infalible en cuanto que tiene como verdadera una cierta doctrina, esta es garantizada por Cristo cuando confirma el magisterio de la Iglesia por el Espíritu Santo.
Ante esto es necesario tener presente, que el Evangelio se conservará firmemente íntegro y vivo en la Iglesia gracias a los Apóstoles que dejaron como sucesores suyos a los Obispos, “entregándoles su propio cargo del magisterio”. Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia, peregrina en la tierra, contempla a Dios, de quien todo recibe, hasta que le sea concedido el Verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn 3,2). De hecho, la Sagrada Eucaristía se nos es dada por la tradición y es garantizada desde el magisterio.
¿Cuál es la armonía existente dentro de la Iglesia de estos tres pilares? Que la Escritura nos envía a la tradición para su concreta interpretación y funda el magisterio para su custodia, que a su vez declara aquello que le pertenece a la Sagrada Escritura y a la tradición.
La ‘Dei verbum’ nos propone tres presupuestos importantes para esta coyuntura hermenéutica: primero, que existe voluntad de escuchar atentos la Palabra Dios; segundo, se reconoce a la Escritura como verdadera fuente de la Iglesia, y tercero, que la concepción de revelación no se debe como una realidad cerrada a una conciencia intelectual de la verdad, sino como elemento fundamental del diseño universal de la salvación concebido desde el Padre hasta la eternidad, a fin que el anuncio de la salvación llegue al mundo entero para que los que escuchando crean, creyendo esperen, y esperando amen.
Como frase central debemos decir, que la tradición es indispensable para hacer viva la escritura y actualizarla. Benedecito XVI afirmaba: “La tradición de la Iglesia es la que hace comprender en modo adecuado la Sagrada Escritura como Palabra de Dios”. De tal modo, que la Escritura puede ser considerada como el registro de la revelación divina más perfecto, una documentación humana de la Palabra con la cual Dios se ha hecho conocer, antes por los profetas y luego en plenitud en su Hijo Jesús.
3. El magisterio de la Iglesia es el depósito de toda la revelación, llamada a “conservar y custodiar” el dogma para poder proclamar a los hombres de todos los tiempos las verdades de fe. Esto significa que la acción de custodiar es para no disminuir, ni ampliar ni modificar.
La Iglesia más allá de ser un lugar apropiado para la proclamación de la Escritura, constituye también el contexto más adecuado para estudiar la inspiración y la verdad. Recordemos que el Evangelio antes de ser Escritura fue tradición. De los 12 Apóstoles solo dos escribieron Evangelios, los diez restantes no escribieron; Jesús no ordenó escribir nada a sus Apóstoles, pero sí los envía a predicar. Todo esto queda radicado en que, la Iglesia Católica tiene sucesión y trasmisión, pues su existencia se remonta al mismo Jesús. El resto de las iglesias surgen en el siglo XVI por lo tanto no tienen tradición. Ahora lo que es completamente importante es que ni Jesús, ni los apóstoles definieron el canon de las escrituras que todas las iglesias utilizan hoy, fueron sus sucesores (los Obispos) que en el año 397 después que del edicto de Milán diera libertad al culto cristiano, reuniéndose en África en la ciudad de Cartago se dieron a la tarea de definir cuáles escrituras eran apostólicas y cuáles no.
Un ejemplo de esta realidad interpretativa es la posición de la Iglesia frente al celibato de los sacerdotes (que sin duda es uno de los reclamos más frecuentes), pero es una tradición que se remonta a muchos siglos dentro de la Iglesia de occidente; es sorprendente ver que es una exhortación bíblica de san Pablo donde recomienda el celibato no solo para los ministros, sino para todos, radicando su importancia en una experiencia que se hace tradición. No es una obligación, pero sus razones han tenido un peso muy grande para la valoración y vivencia que nuestra Iglesia tiene sobre el celibato. El punto central en la propuesta de Pablo es que, si uno está enamorado de Dios, convencido del poder del Evangelio y deseoso de servir a Cristo en toda circunstancia, esto es más fácil y mejor para la persona que no tiene que agradar a una pareja. No desconoce Pablo los bienes del matrimonio, ni habla nunca en contra de su dignidad y belleza, pero es evidente a todos que una persona casada, cuando de verdad quiere entregarse al Señor, a menudo halla dificultades en su propio cónyuge.
En conclusión, la Escritura nos envía a la tradición para su concreta interpretación y funda el magisterio para su custodia, que, a su vez, declara aquello que le pertenece a la Sagrada Escritura y a la tradición.