Por: Pbro. Saddy Arnaldo Oviedo Villamizar, Vicario de la parroquia San Rafael de Gramalote
La importancia de las cosas aparentemente pequeñas
En la sociedad del rendimiento y el éxito tiene “mala prensa” hablar de heridas, sueños rotos y vulnerabilidad. Términos destacados en la coyuntura ocurrida a Ignacio de Loyola en la ciudad de Pamplona (España), el mes de mayo de 1521, pues una bala de cañón, cambió el curso de su vida, donde sus sueños mundanos impulsados por anhelo de riquezas cortesanas, hazañas militares, vanidades por sus planes de gloria, romances… fueron hechos añicos.
Aquel hecho ocurrido en las extremidades inferiores de Ignacio, lo llevó a un tiempo de convalecencia en la casa paterna. En la torre de Loyola hizo conciencia de su fragilidad en una profunda introspección delante de Cristo, gestándose en él, una sed de Dios. Esa búsqueda espiritual de Dios, descuidada en sus años de juventud, comienza a hacerse una pasión para él. Con ánimo generoso y encendido del amor de Dios (Autobiografía, 9) emprende una larga peregrinación que lo enfocará a “ver nuevas todas las cosas en Cristo” (9).
De modo que, celebrar el V centenario de la conversión de San Ignacio de Loyola, se asocia con la iniciación en aquel peregrino, de vivir los sueños que Dios tenía para él. En Pamplona ocurrió la alegría de un feliz inicio de rumbo, en medio de un aparente fracaso, comenzó a vivir según palabras del Papa Francisco: “el sueño de redención, el sueño de salir al mundo entero… de ayudar a las almas acompañado de Jesús humilde y pobre”.
Experimentar cada día una nueva conversión
Hemos visto el contexto exterior y una menuda aproximación al itinerario espiritual de Íñigo de Loyola que lo llevó al rumbo de la novedad del Reino. Emplazándonos a la exuberante riqueza espiritual del Año Ignaciano, inaugurado el 20 de mayo del presente año, el cual tiene entre sus jornadas centrales la fecha del 22 de marzo de 2022 (se cumple el IV centenario de su canonización) y será clausurado el 31 de julio de 2022 (aniversario de la muerte del fundador de la compañía de Jesús).
Ante esta realidad, la herida dolorosa enmendada por la presencia y acción de Dios, nos enseña que la celebración de los 500 años de conversión de Ignacio no se refiere al pasado, es una relectura encarnada del presente y futuro. Así pues, es un año de aceptar la invitación a una peregrinación de conversión, precisa para aprovechar esa oportunidad dada por el Dios compasivo y preocupado por los heridos al borde del camino, que se abaja misericordiosamente a transformar en cada uno su historia personal a través de una conversión gradual, continua y diaria. Por lo tanto, queda de nuestra parte ponernos en camino desde el discernimiento y así entregarnos plenamente a nuevos horizontes para estar bajo la bandera del Rey Eterno.
Es preciso destacar, el centro del Año Ignaciano, no es Ignacio, ni su pasado. El centro es Jesús de Nazareth, que abre siempre oportunidades para experimentar cada día una nueva conversión, que renueva y transforma al sujeto descentrándolo una y otra vez, de modo se haga capaz desde una encendida pasión por cambios sustanciales.
Hoy se debe aprovechar esta oportunidad donde cada uno debe discernir su momento “bala de cañón”, y así bajo la guía del buen espíritu, saber convertir la herida en un camino de crecimiento y transformación para toda la vida. Precisamente, en su autobiografía, describe cómo Dios le imprimía en su alma (29) una nueva manera de servirle y le parecía “como si fuera otro hombre” (30).
Dentro de esta perspectiva, la gracia divina de ver todo con ojos nuevos, capacita al cristiano a vivir en continuo proceso de transformación, comprometiéndose como actor de cambio, capaz de abordar las necesidades urgentes de la humanidad, desde el diálogo abierto con Dios, el mundo y los demás.
La grandeza del ser humano en la conversión, la igualdad y la fraternidad
En un espacio concreto, como la Diócesis de Cúcuta desde la espiritualidad ignaciana, se hace patente escuchar el grito de las personas excluidas, descartadas, pobres, marginadas, los que más sufren, porque su dignidad ha sido violentada con hechos como la migración forzada, drogadicción, xenofobia, entre otras realidades; por lo que hay tantas personas que debemos fraternalmente acompañar en un caminar compasivo con ellas, propicio para promover juntos la transformación de las estructuras injustas. De acuerdo a ese mundo que sueña Dios con tejidos sociales mejores para todos en respeto e igualdad, por la dignidad de las personas y convivencia corresponsable con la casa común.
Por consiguiente, la novedad determinante de Cristo, pobre y humilde, trae la bendición de asumir el camino propuesto por el año ignaciano, como una honda experiencia espiritual que transforma el límite, la herida, la vulnerabilidad en un camino de libertad y santidad. Ese largo camino de conversión que Ignacio asumió día a día durante toda su vida, poniendo a Cristo en el centro, convenciéndolo de salir cada vez más del propio amor, querer e interés y en efecto, avanzar de la herida a la transformación. Un sendero dispuesto para nosotros, abordado desde pequeños pasos cada día, como el reflexionar a partir de hoy sobre, ¿qué tendríamos que convertir en nuestras relaciones, concepciones, juicios… a través de nuestras heridas y así dar el paso a ver nuevas todas las cosas en Cristo?