Imagen: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta
En la historia de la humanidad se ha hecho presente la injusticia, la desigualdad y la violencia, causas principales de los fenómenos migratorios, que vulneran toda estabilidad, bienestar familiar e individual, y ponen en riesgo el valor primordial: la vida.
Historia
Preocupado por esta situación, y en nombre de una Comisión Central para la Coordinación de la Asistencia para todos los Migrantes Católicos (‘Congregatio pro Emigrantis Catholicis’), en el año de 1905, el Obispo de Piacenza (Italia), Monseñor Giovanni Battista Scalabrini, le envió una misiva al Papa Pío X solicitando financiación a través de una colecta, para ayudar a los esclavos, principalmente, los africanos.
El Papa Pío X constituyó el 15 de agosto de 1912, la Oficina para la Cura Espiritual de los Migrantes. Más adelante, el 19 de marzo de 1914, decretó el establecimiento de un colegio en Roma para la preparación de los sacerdotes de las Diócesis italianas interesados en asistir a migrantes italianos en el exterior. Para el 6 de diciembre de ese mismo año el Papa Benedicto XV, pidió a todas las jurisdicciones eclesiásticas italianas instituir una colecta anual y una fiesta, cuyo objetivo fuese la atención a los migrantes italianos. En un principio el objetivo se centró en los italianos, pero a través de los años y con diferentes iniciativas papales, la jornada por los migrantes tuvo un alcance mundial manteniendo su propósito inicial: expresar la preocupación por las diferentes categorías de personas vulnerables en movimiento (migrantes y refugiados), donde se invita a la reflexión acerca de las oportunidades que deben tener y orar constantemente por su bienestar ante los desafíos que enfrentan. Por esto, desde 1914 la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado; en el año 2020 (27 de septiembre), en su versión número 106, el Papa Francisco eligió centrar la atención en los desplazados internos.
“Como Jesucristo, obligados a huir”
Bajo el lema “Como Jesucristo, obligados a huir”, el Papa Francisco invita este año a conocer más a fondo el drama de los desplazados internos, quienes en su mayoría, ya vivían en pobreza extrema, y las situaciones de clima, violencia y emergencias sanitarias intensifican la gravedad del desplazamiento.
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La OCHA (Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios) define que las personas desplazadas internamente, son las que son forzadas a abandonar sus hogares y que, a diferencia de los refugiados, quedan dentro de las fronteras de sus países, no existe una institución internacional humanitaria con la responsabilidad específica de proteger y asistirlos, aunque varias organizaciones han entrado a cubrir esta brecha en circunstancias específicas, entre ellas, fiel a esa vocación evangélica, la Iglesia Católica desde siempre los ha atendido.
Por lo anterior, el Papa Francisco dedicó el mensaje de esta Jornada a esta población que viven muchas veces “tragedias invisibles”, que se han agravado a causa de la pandemia de la COVID-19. Expone que precisamente, esta emergencia sanitaria mundial “ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales”. Su Santidad hace un llamado para que esta crisis no deje de lado otras situaciones de sufrimiento y pérdidas de vidas humanas.
Con el lema de la Jornada 106° el Papa recuerda la huida a Egipto que el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, «marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2,13-15.19-23).
El Papa ha expresado constantemente que es lamentable que “en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad”. Jesús, quien como en los tiempos de Herodes fue obligado a huir, Él también está presente en cada uno de los desplazados que huyen para salvarse. “Estamos llamados a reconocer en sus rostros, el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25, 31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido”.
Para los 106 años de esta celebración, el Papa dividió el mensaje en seis temas, con el objetivo de centrar el cuidado pastoral de los desplazados internos y construir una sociedad más justa.
- Conocer para comprender
El conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio de los discípulos de Emaús: «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó́ y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 15-16). Cuando se habla de migrantes y desplazados, la situación se limita a cifras, “¡pero no son números, sino personas!”. Si se encuentran, se pueden conocer y, si se conocen sus historias, se logra comprender: comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados.
- Hacerse prójimo para servir
Los miedos y los prejuicios hacen mantener las distancias entre las personas y a menudo impiden “acercarse como dos prójimos” y servir con amor. Acercarse al prójimo significa estar dispuestos a correr riesgos, como lo ha enseñado tantos médicos y personal sanitario en los últimos meses. El ejemplo más grande lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos (cf. Jn 13, 1-15).
- Para reconciliarse hay que escuchar
“Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 16-17). El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de las calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, brindó la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y del planeta Tierra, gravemente enfermo. Y, gracias a esta escucha, se abrió la oportunidad de reconciliarse con tantos descartados, con sí mismos, y con Dios, que nunca se cansa de ofrecer su misericordia.
- Para crecer hay que compartir
La pandemia ha recordado que el mundo está en el mismo barco, todos con las mismas preocupaciones y temores comunes. Esta emergencia demostró una vez más, que nadie se salva solo. Para crecer realmente, hay que crecer juntos, compartir lo que se tiene, como ese muchacho que le ofreció a Jesús cinco panes de cebada y dos peces… ¡Y fueron suficientes para cinco mil personas! (cf. Jn 6, 1-15).
- Involucrar para promover
Como lo hizo Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 1-30), se acercó, la escuchó, habló a su corazón, para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la Buena Nueva: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?” (v. 29). Si se quiere realmente promover a las personas a quienes se les ofrece asistencia, hay que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate.
- Colaborar para construir
El Apóstol san Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1Co 1, 10). La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos y por eso se requiere aprender a colaborar, sin dejarse tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se parezca, cada vez más, al plan original de Dios, se debe hacer el compromiso de garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie.