Por: Pbro. Diego Eduardo Fonseca Pineda, director Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta.
Imagen: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta
Cuando una persona en su forma de actuar y de pensar, expresa sentimientos de gran bondad, se suele decir que es una persona de gran corazón. Creemos que, al referirnos al corazón, señalamos un lugar físico de nuestro cuerpo donde manan los mejores sentimientos del ser humano. Por ende, creemos que ahí residen las virtudes más puras de lo mejor que el ser humano puede aportar a la sociedad. Hablamos del amor, del cariño, de la bondad, del servicio y demás, profesando que en este órgano tan importante para la vida del ser humano es donde se albergan estas realidades.
De esta forma, podemos comprender por qué la Iglesia y los creyentes son tan devotos al Sagrado Corazón de Jesús. Hemos aprendido que en el corazón de Jesús podemos ver el amor de Dios que se expresó en la persona de Jesús en su encarnación, en su vida cerca de los atribulados, desposeídos, enfermos y necesitados de la bondad de Dios. En este corazón, profesamos que reside la motivación principal de la entrega de Cristo en la cruz por la salvación de la humanidad. El amor y la obediencia a la voluntad del Padre.
Leemos en el Evangelio de San Juan en el capítulo 19, 34 que: “Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua”. Desde este preciso momento la Iglesia predica que de la sangre y el agua surgieron los sacramentos que celebramos hoy en día; porque es la forma de Dios mismo, desde su amor manifestado en la entrega de Cristo en la cruz y su muerte cruenta, como se hace presente en la humanidad de forma real, para concederle los auxilios necesarios de manera que pueda alcanzar la salvación. Es decir, de la sangre brotada del cuerpo, del corazón de Jesús, se estableció la salvación de la humanidad; entonces, ¿cómo no ser devotos del corazón de Jesús de donde ha brotado la salvación de la humanidad? De esta forma, se entiende aún más profundamente esta devoción.
Pero, ¿cómo surgió esta devoción? Para responder a esta pregunta, es necesario mencionar a Santa Margarita de Alacoque, una santa del siglo XVII a quien, siendo muy devota de la presencia real de Jesús en el Sagrario, Jesús se le reveló en tres ocasiones, expresándole que su “Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones». Pedía a ella difundir esta devoción de manera que quienes la profesaran recibirían dones y gracias divinas inestimables. Jesús pide que su amor no correspondido por parte de la humanidad, llegue a todos para que ninguno se perdiera y alcance la salvación.
Las revelaciones comenzaron el mes de junio, el primer viernes y de ahí en adelante cada primer viernes el Señor Jesús se manifestaba a la santa, por petición de Jesús ella debía comulgar con gran fervor esos días para recibir sus dones y gracias. Por eso, en la tradición cristiana durante el mes de junio celebramos esta fiesta y todos los primeros viernes de mes lo dedicamos al Sagrado Corazón de Jesús, con la celebración de la Santa Misa, pero también con la adoración al Santísimo Sacramento del Altar.
En estas revelaciones que Jesús manifestó a la santa, también le mostró «El divino Corazón en un trono de llamas, más brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior”. Es esa misma imagen la que vemos constantemente en nuestros templos o en los cuadros tradicionales que reposan en nuestras casas a la nos referimos para clamar por ayuda para nuestra nación y nuestras familias. Entre otras cosas que reveló el Señor Jesús a Santa Margarita, también le hizo unas promesas para quienes difundan y profesen fervorosamente esta devoción, confesándose y comulgando los primeros viernes de mes, puedan recibir el auxilio divino (ver cuadro de las promesas del Sagrado Corazón de Jesús).
Ante estas promesas de Jesús, es muy común que nos veamos conmovidos a recurrir a su Sacratísimo Corazón en medio de las pruebas, de los sufrimientos y de los dolores de nuestra vida. Incontables testimonios de muchos creyentes en todas las partes del mundo y muy cerca de nuestras familias nos motivan a creer, profesar y difundir esta devoción para recibir tan admirables gracias prometidas por Jesús. Es por eso que hacia el año 1902, viéndose nuestro país sumido en la Guerra de los Mil Días, una confrontación entre colombianos apostados en dos bandos partidistas de la política nacional y que llevó a la devastación económica de la nación con un saldo de más de cien mil muertos, decide acogerse a la segunda promesa del Sagrado Corazón de Jesús de dar paz en las familias, para lograr terminar esta guerra que sólo trajo destrucción y muerte a las familias del país.
El Arzobispo de Bogotá de ese entonces, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, solicitó al poder ejecutivo construir un templo en honor al Sagrado Corazón de Jesús como gesto de reconciliación y paz entre liberales y conservadores. El entonces vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo, José Manuel Marroquín, aprobó esta iniciativa bajo decreto del 18 de mayo de 1902 y se hicieron votos para que terminara la Guerra de los Mil Días y se viviera la paz que tanto clamaba la nación en este momento histórico. El templo fue terminado en 1916 y en 1975 fue declarado Monumento Nacional.
Basílica Menor del Voto Nacional
Interior de la Basílica Menor del Voto Nacional
Por eso nuestro país es llamado como el país del Sagrado Corazón, porque fue consagrado en uno de los momentos más difíciles al amor de Jesús que propende por el bienestar de la humanidad; y por eso, en cada hogar de ese entonces, residía un cuadro que expresaba la devoción y el amor que los colombianos profesaban a Jesús en su Sacratísimo Corazón, de manera que se sentían protegidos, bendecidos y sobre todo amados por Dios. Pero, ¿Qué queda hoy en día de todo esto? Queda mucho. Queda una historia que constata que las promesas de Dios siempre se cumplen; queda la esperanza de que en la medida en que no dejemos perder esta devoción en nuestras familias, las cosas pueden ser completamente distintas y que a pesar de la situación que vivimos de pandemia, debemos clamar al corazón amoroso de Jesús, para que aleje de nuestras familias, de nuestro país y del mundo entero esta aflicción que nos aqueja a todos.
No dejemos que la modernidad ni las nuevas costumbres nos quiten la esperanza que nos da Jesús, que podamos aún en medio de las nuevas condiciones de la juventud y la niñez de estos tiempos sembrar en sus corazones la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, de manera que en todo tiempo, los buenos y los malos, juntos clamemos: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!