Para ser buen pastor, se necesita amar

Desde el Antiguo Testamen­to ante la presencia de tantos malos pastores que condujeron al pueblo a la desgra­cia, al exilio, a la dispersión, surge el deseo tanto en el pueblo como en los profetas, de tener a Dios como Pastor, que Dios mismo venga a guiar a su rebaño. Anhelo que Dios recibe como una súplica a la cual responde: “les daré pas­tores según mi corazón que los apacienten con conocimiento e inteligencia” (Jr 3, 15).

Dentro de los signos que presenta el evangelista san Juan, está el de Jesús como el Buen Pastor, que anuncia públicamente el sentido de su misión: “he venido para que tengan vida y la tengan en abun­dancia” (Jn 10, 10).

Jesús Buen Pastor conoce, escu­cha, cuida y da la vida por las ove­jas. No es un asalariado que vive de las ovejas, sino que vive con y para las ovejas. No las engaña prometiéndoles lo que nunca va a darles. Más bien, las consuela y si se pierden sale en su búsqueda, y al encontrarlas, las trae sobre sus hombros nuevamente al redil.

El único camino para ser un buen pastor al estilo de Jesús, es amar. El que ama, escucha, conoce, cuida y llega a dar la vida por lo que ama. Así, se lo hizo conocer Jesús a su amigo Pedro a quien iba a poner de pastor al frente de su rebaño: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Sí, Señor, Tú sa­bes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos” (Jn 21, 15-25).

Cuando el sacerdote ama a Dios y se deja amar por Él, se gasta y se desgasta por el rebaño que el Señor le ha encomendado. La prioridad es la comunidad, sufre y se alegra con ellos, los anima, acompaña y defiende de cuanto pueda hacerle daño. El buen Pas­tor no calla ante las injusticias que se cometen en contra de los más pobres e in­defensos de su rebaño, denuncia públicamente todo lo que atente con­tra la vida y la dignidad de quienes claman mi­sericordia.

En la Diócesis de Cúcuta hay bue­nos pastores que acompañan a los migrantes, asisten a los enfermos, visitan a los internos de la cárcel, dan de comer a los hambrientos, cuidan a los niños y mujeres, y capacitan técnicamente a quienes necesitan de un arte para contar con mejores oportunidades de tra­bajo, celebran la Eucaristía donde parten y comparten el Cuerpo de Jesús como alimento de vida eter­na.

La pregunta de Jesús sigue sien­do la misma: “¿Me amas más que éstos?” y esta pregunta es para los jóvenes de los colegios y uni­versidades que en su pensamiento tienen como deseo cambiar el mundo a mejores condiciones de como lo han encontrado. Estos jóvenes han de ser buenos pasto­res, buenos ciudadanos, buenos profesionales, buenos padres de familia, buenos servidores públi­cos. El llamado es a ser buenos y eso implica aprender a amar la obra que nos han enco­mendado. Pues no hay nada más angustioso y deprimente que hacer las cosas porque toca y no porque nacen de un corazón lleno de amor.

El que quiera ser buen pastor debe vivir la gratuidad. En palabras del Papa Francisco: “quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansio­so, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio” (Fra­telli Tutti #140). El buen pastor se da sin medidas, sin reservas, su vida es como un cirio encendido que entre más luz ofrece más se desgasta.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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