El Santo Rosario nos muestra el rostro de Cristo

Por: Sem. Héctor García Torres

San Juan Pablo II

Nos encontramos en el mes de mayo que es conocido dentro de la Iglesia Católica como el mes mariano para honrar a la Virgen María, la Madre de Dios; por otro lado es el mes de las flores, de la pri­mavera y donde se recuerdan a las madres. En este mes muchas familias con devoción pre­paran un altar a la Santísima Virgen María. Ante este panorama, es importante mencionar a San Pablo VI, quien en en la Carta Encíclica “Mense Maio” atribuye de manera impresio­nante lo bello de este mes a la Virgen María. Según él, “el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su ora­ción y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta no­sotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia”.

Debemos redescubrir la importancia del Santo Rosario porque a través de este rezo implo­rarnos a Dios por el don de la paz y la unión familiar, ya que cada día se ve amenazada por tantas ideologías. Recordemos aquella frase que hemos escuchado muchas veces: “Fami­lia que reza unida permanece unida”. Por eso San Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Ro­sarium Virginis Mariae” exhorta a rezar con frecuencia el Rosario, porque esta oración lo acompañó en los momentos de alegría y de tribulación, siendo para él “su oración predi­lecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”.

La Carta Apostólica “Rosarium Virginis Ma­riae” que escribió San Juan Pablo II, está di­rigida al episcopado, clero y a los fieles sobre el Santo Rosario fue publicada el 16 de octu­bre de 2002 en el marco del Año del Rosario, declarado por él desde octubre de 2002 hasta octubre de 2003. Esta Carta Apostólica cons­ta de tres capítulos: contemplar a Cristo con María, los Misterios de Cristo y Misterios de la Madre; para mí la vida es Cristo y una con­clusión.

En el primer capítulo: Contemplar a Cristo con María, resalta que el Santo Rosario al tener una experiencia con María, es una ora­ción contemplativa, porque de lo contrario como afirmó San Pablo VI: “Sin contempla­ción, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecá­nica repetición de fórmulas y de contradecir las advertencias de Jesús: ‘Cuando oréis, no sean charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad”’. (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y reflexivo, que favo­rezca en quien ora la meditación de los miste­rios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de María que estuvo más cerca del Señor”. A través del Santo Rosario basado en la contemplación nos vamos configurando con Cristo, intro­duciéndonos a conocer el rostro de Cristo y moldeando nuestra vida.

En el segundo capítulo: Miste­rios de Cristo, Misterios de la Madre, resalta que el Rosario es “compendio del Evangelio”, no es algo inventado por la Iglesia Católica, sino que está apoyado por la Sagrada Escritura. En esta parte de la Carta Apostólica se explica cada Misterio que se realiza en el Santo Rosario: Los misterios de gozo: se caracterizan por ese gozo y alegría que produce el acontecimiento de la encarna­ción, donde el Hijo de Dios se sumerge en la historia del hombre y conduce la humanidad a la salvación. “Al contemplar los misterios «gozosos» significa: “adentrarse en los moti­vos últimos de la alegría cristia­na y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la En­carnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico” (RVM #20).

Los Misterios de Luz: Nos re­velan el Reino ya presente en la persona misma de Jesús, centrada en algunos momentos significati­vos de la vida pública del Señor: El Bautis­mo de Cristo en el Jordán, siendo inocente se hace pecador por nosotros (2 Cor 5, 21), para salvarnos. Los signos en Caná, trasformando el agua en vino, gracias a la intervención de María, siendo la primera creyente y haciendo que los discípulos se abran a la fe. Con la pre­dicación de Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios invitando a la conversión y así perdo­nando a quien se acerca a Él con humilde fe. La Trasfiguración de Jesús, es el misterio de luz por excelencia, donde la gloria de la Di­vinidad resplandece en el rostro de Cristo y donde Dios se manifiesta a los discípulos que escuchen a Jesús y al final, pero no menos im­portante la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino.

En los Misterios de Dolor, San Juan Pablo II resalta que la piedad cristiana en el Tiempo de la Cuaresma, con la práctica del Viacrucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que son el culmen de la revelación del amor y fuente de salvación, Dios que se humilla por amor “hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 8)“Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora” (RVM #22).

Los Misterios Gloriosos: «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! (Carta ap. Novo Millennio Ineunte). El Santo Rosario invita al creyente a dejar la oscuridad y fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrec­ción.

En el tercer capítulo: Para mí la vida es Cristo, nos presenta una forma adecuada de realizar el Santo Rosario: Al enunciar el misterio, sea la oportunidad de contemplar una imagen de ese misterio. Para dar profundización al mis­terio es necesario la proclamación del pasaje bíblico y que antes de iniciar cada misterio haya un silencio oportuno. El Padre Nuestro en el Rosario nos eleva al Padre y el Ave Ma­ría no se opone a lo cristológico sino que más bien lo exalta.

San Juan Pablo II afirma que “si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cris­to en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren”. Es necesario recuperar la oración del santo Rosario que “además de oración por la paz, el Rosario es también, des­de siempre, una oración de la familia y por la familia”. No olvidemos lo que insiste San Juan Pablo II, el Rosario es un tesoro por recu­perar, una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.

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