Sinodalidad: llegar a la meta, pero haciendo camino

Por: Seminarista David Alexander Ochoa Vargas. Año de pastoral en la parroquia Santiago Apóstol (municipio de Santiago)

Foto: Cortesía

Al profesar nuestra fe, afir­mamos que creemos en la Iglesia que es “Una, San­ta, Católica y Apostólica”, aque­lla fundada por voluntad de Dios que como dice san Pablo: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). Es por eso, que al hablar de sinodalidad, de­bemos primero fijar nuestra aten­ción en aquella llamada universal a participar de la vida divina. Una llamada que se concretiza en la Iglesia, misterio de comunión, que traza un camino para que to­dos podamos retornar a la Casa paterna y que existe para ser signo e instrumento de salvación.

Es la comunión con Dios o la participación en la vida divina, el fundamento central de nuestra esperanza. Comunión que viene de Dios y que Él la comunica a su Iglesia. Esta comunión significa ante todo “una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz debe ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Es la capacidad de sentir al hermano, como uno que me pertenece” (cf. ‘Novo Mille­nio Ineunte’ 43).

Por esta razón, la sinodalidad es una experiencia de fe que se vive sola y únicamente en comu­nión con los demás, no se puede pretender alcanzar la gracia de Dios “viendo al caído y dando un rodeo” (cf. Lc 10, 32), ignorando la realidad de aquel que está a mi lado y espera misericordia. No se trata de un camino individual, ya que la comunión es un aconteci­miento que se debe contemplar en la realidad, viendo ante todo la necesidad del otro para acogerlo y valorarlo como una oportunidad que tengo para mi salvación. El camino de la sinodalidad se trata pues, del camino que Dios espera de la Iglesia, donde comprende­mos como dice el Papa Francisco en su carta encíclica Fratelli tuti: “nadie se salva solo… únicamente es posible salvarse juntos” (FT 32).

Cuando hablamos de “Iglesia sinodal”, in­dicamos el camino que recorremos juntos los miembros del pue­blo de Dios. Es así que sinodalidad también señala el compromi­so y la participación que tenemos los bau­tizados en la vida y misión de la Iglesia. Es la experiencia del encuentro con Dios que se hace realidad en obras concretas. Por esta razón, debemos ver este itinerario como un compromiso que nos involucra a todos, es un llamado a la partici­pación, la unión, la fraternidad y la escucha recíproca.

Si bien es cierto, tenemos muy claro que la sinodalidad indica el hecho de caminar juntos en la misma dirección y hacia el mis­mo objetivo, la Salvación; pero a menudo olvidamos la importancia que tiene el proceso antes de lle­gar a la meta, es decir, olvidamos que es más necesario hacer que la sinodalidad sea un camino; don­de pueda tomar al otro de la mano para que me acompa­ñe en esta experien­cia, un camino donde no podemos hacernos los indiferentes con aquel que sale a mi encuentro, un cami­no donde entendamos que esta no es una ta­rea conceptual o abs­tracta, que no basta con decir que medita­mos y escuchamos la Palabra de Dios, que frecuentamos la ora­ción personal y profesamos nues­tra fe católica, ya que la verdadera escucha de la Palabra se traduce en obediencia, en hacer lo que exige el Evangelio, aplicándola a todas las circunstancias de nues­tra existencia, transformándola en vida como lo dice Santiago en su carta: “Pongan por obra la palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos” (St 1, 22).

Es una tarea en la que la escucha juega un papel fundamental, ya que es la manera como atende­mos y nos enteramos de la reali­dad que vive el hermano que está a mi lado. El Papa Francisco en su momento de reflexión previo a la misa de apertura del Sínodo de la Sinodalidad señalaba que “es un ejercicio lento, quizás fatigo­so, para aprender a escucharnos unos a otros, evitando respuestas artificiales y superficiales. No in­sonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras cer­tezas. Las certezas muchas veces nos encierran. Escuchémonos los unos a los otros”.

Sin embargo, en la realidad de la cultura contemporánea, donde nos invade un ruido externo, impreg­nado por nuestras preocupaciones e intereses, un ruido que nos hace perder el sentido profundo de nuestras vidas, se hace necesario silenciar todos esos afanes para poder escuchar la voz de Dios que habla en el hermano. Es así que para poder hacernos partíci­pes de este itinerario sinodal, de­bemos experimentar la cercanía, sintiendo que el otro es signo vivo de la presencia de Dios. Además, vivir siempre disponibles, genero­sos y diligentes, ya que hay mu­cha sed de escucha, de atención espiritual, sin olvidar que el in­grediente principal de este cami­no es el amor, entendiendo que los cristianos no somos de relaciones diplomáticas, sino que somos de relaciones marcadas por el amor.

De esta manera, podremos com­prender que la sinodalidad se puede traducir como un cami­no fraterno, una experiencia que exige siempre fijarnos en el pro­ceso antes que en la meta, donde descubrimos nuestro verdadero compromiso como bautizados de fijarnos en el rostro de aquel que sale a mi encuentro, y así poder decir que caminamos juntos ha­cia Dios.

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