¡Sagrado Corazón de Jesús; en Vos confío!

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

En el mes de junio, la Iglesia dedi­ca especial atención al Sagrado Corazón de Jesús, fortaleciendo la vida espiritual de los creyentes en torno a Nuestro Señor Jesucristo. La imagen del Sagrado Corazón nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su corazón y todo lo que nosotros le debemos amar, como respuesta de nuestra parte a ese amor in­condicional.

Esto significa, que debemos vivir de­mostrándole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaris­tía y enseñándonos el camino a la vida eterna. Todos los días podemos acercar­nos a Jesús o alejarnos de Él. De noso­tros depende estar cerca del Señor, ya que Él permanece fiel a sus promesas para con nosotros y siempre nos está esperando y amando.

Debemos vivir recordando en cada ins­tante, el amor de Jesús que brota de su corazón y pensar cada vez que actua­mos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, ¿qué le dictaría su corazón? Y eso, es lo que debemos hacer ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comu­nidad, con nuestras amistades, etc. Debe­mos, por tanto, revisar constantemente si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan del amor de Dios.

De parte del Señor, Él siempre perma­nece fiel brindándonos su amor pleno, el cual brota de su corazón, con actitud de acogida en todas las circunstancias y sufrimientos por los que pasamos. Vivi­mos momentos difíciles, a causa de esta pandemia que ha dejado sufrimiento y dolor. También en Colombia, estamos pasando por situaciones complejas de violencia y dificultad que nos hacen sufrir. Todas estas situa­ciones difíciles, nos tienen que ayudar para volver nuestra vida a Dios, para mirar su corazón traspa­sado y reconciliarnos, primeramente, con el Se­ñor, para recibir su perdón misericordioso y vivir en paz con Él, con nosotros mismos y con los demás. Él siempre nos espera, como el Padre misericordioso del Evangelio esperó al hijo pródigo, a cada uno de nosotros nos dice permanentemente: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y hu­milde de corazón, y encontrarán des­canso para su vida. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28 -30).

No hay nada más agobiante que el peca­do en la propia vida, que causa desastres y destruye la propia existencia, dete­riorando la relación con Dios y con los demás; por eso hay que descansar en las manos de Dios, recibiendo la gracia del perdón por nuestros pecados y el alivio que brota del corazón amoroso de Jesús.

El Papa Francisco en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús del 2014, nos ha enseñado que el amor y la fidelidad del Señor manifiesta la humildad de su corazón, que no vino a conquistar a los hombres como los reyes y los po­derosos de este mundo, sino que vino a ofrecer amor con mansedumbre y hu­mildad. Así se definió el Señor: “Aprendan de mí, que soy manso y humil­de de corazón” (Mt 11, 29). En este sentido, hon­rar al Sagrado Corazón de Jesús, es descubrir cada vez más la fidelidad hu­milde y la mansedumbre del amor de Cristo, reve­lación de la misericordia del Padre. Podemos expe­rimentar y gustar, dice el Papa Francisco, la ternura de este amor en cada estación de la vida, en el tiempo de alegría, en el de tristeza, en el tiempo de la salud, en el de la en­fermedad y la dificultad. La fidelidad de Dios nos enseña a acoger la vida como acontecimiento de su amor y nos permi­te testimoniar este amor a los hermanos mediante un servicio humilde y sencillo.

Se necesita de la humildad y la manse­dumbre del corazón de Jesús para volver a tomar el rumbo de Colombia frente a tanta dificultad y confusión por la que pasamos. Todos necesitamos del per­dón y la reconciliación que vienen del corazón amoroso de Jesús para vivir en Paz en nuestras familias y en Colombia. Cuánto bien nos hace dejar que Jesús vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a amarnos los unos a los otros, con el corazón de Jesús. Esto es lo que ne­cesitamos todos los colombianos en esta hora de confusión y de dolor.

La Revelación nos manifiesta que el Hijo único de Dios quiso asumir un corazón de carne, precisamente para convertirse en el mediador deseoso de la realización de nuestra reconciliación. Este corazón quiso conocer y experimentar la des­integración de la muerte y el odio de la humanidad a fin de cumplir en nosotros su voluntad redentora, reconciliándonos con nosotros mismos, con nuestros her­manos y con Él mismo y con su Padre. Aceptó, pues, detener, en la muerte, sus latidos amorosos para darnos, con la san­gre y el agua de los sacramentos, el Es­píritu, que es la reconciliación en forma de remisión de los pecados (Jn 19, 30.34; 20, 22-23), el Espíritu de Amor, que es el soplo vivificante de su corazón, que nos lleva a la verdadera paz.

Cristo no murió para dispensarnos de sufrir y morir, sino para que pudiésemos con Él, amar al Padre, incluso en nues­tros sufrimientos, en nuestras dificulta­des y en los momentos de Cruz, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros pe­cados. De aquí, la institución del sacra­mento de la penitencia reparadora de la gracia, que nos da la capacidad de amar con un corazón manso y humilde como el de Jesús.

La gracia que nos da la absolución sacra­mental, la recibimos como una palabra que nos libera de la esclavitud del peca­do que nos divide y vacía el corazón del odio y resentimiento, para darnos la ca­pacidad de amar con el corazón de Jesús. El penitente que carga sobre sí el yugo de Cristo, experimenta su suavidad, lo liviano del peso que su mandamiento del amor pone en sus hombros. Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por el corazón de Cristo. Dios Padre, en efecto, es quien, en el corazón de Cris­to nos perdona, no tomando en cuenta nuestros pecados. Es por esto, que la Iglesia nos suplica, por las entrañas de Cristo: Dejémonos reconciliar con Dios y nos invita a confiar en el Señor, repi­tiendo siempre: ¡Sagrado Corazón; en Vos confío!

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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