¿Qué significa el Domingo de la Alegría?

Por: Seminarista Héctor Gabriel García Torres, segundo año de Configuración

El Tercer Domingo de Adviento, donde el color morado cambia a rosado, que expresa la alegría. Dice Sofonías: ¡grita de gozo hija de Sión”; “Sacarán aguas con gozo de la fuente de la salvación”, afirma Isaías. “Regocíjense siempre en el Señor”, expresa san Pablo. Y Juan el Bautista, manifiesta: “Hagan penitencia porque viene el juez”. Hoy es el ‘Domingo de Gaudete’: ¡Regocíjense!

El Adviento es una época para recu­perarnos espiritualmente, para orien­tar las antenas de nuestra vida hacia Aquél que viene: vino, viene y ven­drá. ¿Nos damos cuenta? ¿No sen­timos en el interior una inquietud al saber que, Dios, es nuestra sal­vación? Desgraciadamente no todo es así. Frecuentemente nos encontra­mos con situaciones dramáticas. Con rostros conocidos y desconocidos sin ansias de vivir o de seguir adelante. ¿Qué le ocurre a nuestro mundo que, teniendo, le falta una sonrisa al ros­tro de sus gentes? ¿Qué le sucede a nuestra sociedad que, prometiéndo­nos mucho, es incapaz luego de saciar o de responder a las aspiraciones más profundas de la humanidad?

En este Tiempo de Adviento nos preparamos y cada domingo nos motiva a comprometernos con la venida del Señor. Especialmente, el Tercer Domingo de Adviento que recibe por nombre Gaudete, una palabra latina que está inspirada en la Carta que san Pablo envió a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres, el Señor está cerca” (Flp 4, 4-5). Que toma su nombre de la antífona de entrada de este domingo, que traduce literalmente “Alegría”.

El ornamento sacerdotal de este Tercer Domingo de Adviento es de color rosa, representando que a pesar de que nos preparamos con devoción en este Tiempo del Adviento, nos sentimos alegres porque cada vez nos acercamos a la gran celebración de la Navidad y que nos llena de mucho gozo y alegría, pues Cristo mismo toma la condición humana para estar más cerca de su pueblo, es Dios mismo quien vino a salvar a los pecadores. Cuando nos acercamos a la celebración del nacimiento de Jesús, la Palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el “ya, pero todavía no”.

A diferencia de los demás domingos, en este se hace un descanso, trayendo consigo un claro mensaje: la penitencia no está peleada con la alegría, incluso son complementarias. Así pues, el color rosado es una mezcla del blanco propio de la Navidad, y del morado, que caracteriza al Adviento. Este es un domingo de dicha, pues nos expresa que ese anhelo por el misterio tan grande que estaremos próximos a conmemorar, donde el amor de Cristo lo inunda todo, nos llena de su alegría y su paz, concediéndonos la verdadera felicidad.

El Papa Francisco en Exhortación Apostólica ‘Evangelii Gaudium’ nos sugiere: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo” (n.2).

La alegría debería ser la señal de identidad del cristiano. Y, sin embargo, hay hermanos nuestros que arrastran una gran tristeza en su vida. Ahí está, en torno a ello, la gran frase de Teresa de Ávila: “un santo triste es un triste santo”. Es cierto que la vida presenta muchas situaciones que traen tristeza. Cuestiones como la pérdida de un familiar, una enfermedad, o la crisis económica, que son fuente de gran sufrimiento. Pero ahí, incluso en ello, hemos de estar atentos porque la tristeza y la desesperanza continúa son el origen, entre otras cosas, de la depresión, la gran enfermedad de nuestro tiempo. No podemos negar la realidad de este trastorno del estado de ánimo, pero sí hemos de tener en cuenta que, precisamente, tener esperanza, incluso contra todo pronóstico, es la mejor terapia. Y la alegría muy profunda, muy íntima, que surge de la fe en Dios ayuda y mucho.

El hombre ha sido creado para ser feliz, y si no fuera así Dios se hubiera ahorrado esa creación. ¿Cómo iba a crear un ser a su imagen y semejanza si no fuera para que alcanzara el máximo de su felicidad? Contar con Jesús en esta vida es garantía de felicidad, pues Él llena cualquier aislamiento, vacío interior, o dificultades de cualquier orden.

Estamos próximos a la Navidad, el Señor está cerca, Él es nuestra alegría y esperanza, y no podemos consentir que todo el aparato comercial nos diga que, la Navidad, es eso: comercio, compra, venta, color, luz y sonido. ¡La Navidad es el amor de Dios en medio de nosotros! Esa es la razón de nuestra alegría. Según avanza este Tiempo de Adviento, mayor tendría que ser esa sensación. ¡El Señor está cerca!

Este día, por tanto, nos enseña a estar siempre alegres, porque Dios es un Padre Bueno que nos atiende amorosamente. Y para ello, es cuestión de comprobarlo, se trata tan solo de hacer un correcto uso de la libertad, y cada uno es plenamente libre cuando opta por el bien, porque así acierta y conforma su actuación con lo que Dios ha querido para cada uno, porque le quiere feliz.

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