La Asunción de la Santísima Virgen María

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

El 15 de agosto tenemos el pri­vilegio de celebrar con toda la Iglesia la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen Ma­ría al cielo, dogma de fe proclamado por el Papa Pío XII en la constitución apostólica ‘Munificentissimus Deus’ el 1 de noviembre de 1950, afirmando lo siguiente: “La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, termi­nado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

La Virgen María nos indica la meta del peregrinar en esta tierra. Así lo expre­só el Papa Benedicto XVI en su homi­lía el 15 de agosto del 2010: “María, el arca de la alianza que está en el san­tuario del cielo, nos indica con clari­dad luminosa que estamos en camino hacia la verdadera Casa, la comunión de alegría de paz con Dios”. Esta es la fe que profesamos y la esperanza que tenemos todos los creyentes en Cristo, caminando como peregrinos hacia la Casa del Señor a participar de la gloria del Cielo.

En medio de las luchas de la vida dia­ria y de la tormenta por la que todos estamos pasando en el mundo, a causa de esta pandemia y de otras tantas di­ficultades, la solemnidad de la Asun­ción de María al Cielo, nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de paz en el Cielo, y Ella misma nos muestra el camino para alcanzar la gloria de Dios, invitándonos a acoger por la fe a Nuestro Señor Jesucristo, a permanecer en comunión con Él me­diante la gracia de Dios, a dejar que su Palabra sea luz y guía para nuestros pasos; a seguirlo como Camino, Ver­dad y Vida (Cf. Jn 14, 6), sobre todo en los momentos más tormentosos de la vida, cuando sentimos que la cruz se hace más difícil de llevar.

Contemplamos a María al pie de la Cruz junto a su Hijo Jesucristo, que entrega la vida por nosotros. Ella está allí con dolor, pero de pie, con la Es­peranza firme puesta en Dios. Hoy la veneramos ya en la gloria del cielo, dándonos esperanza en medio de las tribulaciones y dificultades de cada día, con la certeza de la gloria del cielo. Así nos lo enseña el ca­tecismo de la Iglesia Católica: “La Asun­ción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resu­rrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (CCE 966). Tambien, en la oración colecta de la solemnidad de la Asunción, ora­mos de la siguiente manera: “Dios To­dopoderoso y Eterno, que has eleva­do en cuerpo y alma a los Cielos a la Inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades di­vinas, lleguemos a participar con Ella de su misma gloria en el Cielo”. Esta oración litúrgica nos anuncia la gran noticia de la salvación, que nos invita a tener los ojos fijos en el Señor, pero los pies en la tierra, trabajando todos los días por nuestra propia salva­ción y la de los hermanos.

El camino para llegar al Cielo nos lo traza la Virgen María desde el mismo momento de la Anunciación, cuando recibe el anuncio del Arcángel Ga­briel, quien le comunica la misión de parte de Dios de ser la madre del Sal­vador y Ella responde con entrega y decisión: “Aquí está la esclava del Se­ñor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38) y en las bodas de Caná lo reafirma: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).

María siempre estuvo disponible a ha­cer y amar la voluntad de Dios, indi­cándonos que el camino seguro para llegar al cielo es hacer lo que Jesús nos diga. Nuestra condición humana tan marcada por el pecado y tan llena de luchas e incertidumbres, recibe al mismo tiempo todas las gracias del Señor, cuan­do abrimos la vida y el corazón a su voluntad y a su querer. Esa es la Esperanza cristiana que se abre para nosotros cuando somos capaces de decirle a Dios: “Há­gase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), acogiendo en el corazón a Nuestro Señor Jesucristo, nuestra esperanza.

La esperanza no es un invento del ser humano, es una virtud y una gracia que viene de Dios, que cada uno se dispone a recibir. Jesucristo es nues­tra esperanza, es el lema de nuestro Plan Pastoral para este año y resulta muy oportuno hacer este itinerario de esperanza, en un momento de la histo­ria en el que la fragilidad humana, la incertidumbre y la cruz están tocando de cerca a toda la humanidad. Frente a la incapacidad nuestra para mante­nernos en pie, Jesucristo, nuestra es­peranza, viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos ayuda a seguir adelante, abrazando su Cruz.

La Virgen María, sin entender comple­tamente la misión que el Señor le con­fió, con gran esperanza en Dios que no defrauda, dijo a la misión y lo que no comprendía lo guardaba en su cora­zón, así lo expresa el Evangelio: “Ma­ría, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 16-21); esto nos muestra que el camino para vivir la esperanza, es una vida interior que se relacione con Dios en constante oración con­templativa junto a su Cruz.

Contemplar a María orante y con es­peranza, es un alivio para el momento de cruz por el que pasamos. En medio de esta tormenta y de tantos conflic­tos que agobian a la humanidad por la pandemia y por la violencia que se está desatando en todas partes, nos acogemos al amparo de María Santísi­ma, para no desviarnos de lo esencial y permanecer centrados en Jesucristo, que da sentido y sostiene toda nuestra vida.

La profunda vida interior y contem­plativa de nuestra Madre del cielo, nos exhorta a mirar fijamente a Jesucristo, a vivir con serenidad y paz las incerti­dumbres y tormentas diarias, poniendo nuestra vida en las manos del Padre y caminando como peregrinos en esta tierra en la gracia del Señor, hasta que lleguemos a la Gloria de Dios, lugar donde está la Virgen María, después de su Asunción al Cielo.

Los convoco a poner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en to­das las circunstancias de la existencia, aún en los momentos de cruz. Que el Glorioso Patriarca San José, unido a la Madre del cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, nuestra esperanza, gracias y bendiciones para cada uno de ustedes y sus familias.

Para todos, mi oración y mi bendición.

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