“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” (Santo Cura de Ars)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

El próximo 4 de agosto recorda­mos en la liturgia de la Iglesia a san Juan María Vianney, co­nocido como el Santo Cura de Ars, patrono de los párrocos y de los sa­cerdotes. Un sacerdote sencillo y humilde, que supo entregar su vida a Dios y a los hermanos, en un servicio abnegado sobre todo en el sacramen­to de la confesión, logrando desde el confesionario muchas conversiones de personas que llegaban de todas partes a la aldea de Ars, a pedir per­dón al Señor por sus pecados y a reci­bir la gracia de Dios.

“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, es una frase que el Santo Cura de Ars repetía y meditaba con frecuencia; nos invita a todos a reco­nocer con gratitud a Dios el don tan grande que representan los sacerdo­tes, para la Iglesia y para cada una de las comunidades parroquiales; quie­nes recibiendo el llamado del Señor y dando una respuesta generosa a su plan de salvación, cada día repiten las palabras y los gestos de nuestro Señor Jesucristo para que pastores y fieles tengan el pan de la Palabra y de la Eucaristía que es el camino a la vida eterna.

El Santo Cura de Ars enseñaba a sus fieles con la propia vida. Siempre lo veían en el templo dedicando muchas horas de su tiempo a la oración. Con gran fervor se ponía de rodillas frente al Santísimo Sacramento presente en el sagrario, en actitud contemplativa, y estaba allí sin necesidad de hablar mucho, sino entrando en el secreto de su corazón y orando al Señor como lo pide el Evangelio: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te re­compensará” (Mt 6, 6). De su oración contemplativa brotaba un amor pro­fundo por la Eucaristía, pues estaba convencido que todo el celo pastoral en la vida del sacerdote depende de la Eucaristía. Por eso celebraba su misa diaria con gran fervor y unción.

Su profunda vida espiritual y fer­vor en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, lo llevó a abrazar la Cruz del Señor cada día y a entre­gar su vida en un ser­vicio constante en el confesionario, de tal manera que su alimen­to era la Eucaristía y su lugar de trabajo era el trono de la gracia, donde escuchaba a los penitentes y los lleva­ba hasta Dios. Al conmemorar a este gran santo patrono y modelo de los sacerdo­tes, volvemos la mirada a cada uno de los sacerdotes de la Iglesia y de nues­tra Diócesis, orando por su ministerio para que cada día la fidelidad sea la nota central de los ministros del Se­ñor y así puedan tener un corazón ar­diente de pastores para entregar toda su vida a la evangelización, identi­ficando su vida con la de Jesucristo Buen Pastor. El Concilio Vaticano II hablando de los sacerdotes expresa: “encontrarán en el mismo ejercicio de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye sobre todo del sacrificio eucarístico” (Presbyte­rorum Ordinis #14), esto significa en el sacerdote una vida interior que se expresa en un corazón ardiente de pastor, con la conciencia de llevar en su vida el misterio de Amor que tiene que ser la fuente de su vida de oración y de todo su apostolado.

Un sacerdote al estilo de Jesús, a ejemplo del Santo Cura de Ars, animador de una comunidad pa­rroquial es capaz de renovar y convertir una parroquia, en una comunidad de discípulos misione­ros al servicio del Evangelio. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacer­dote enamorado del Señor puede renovar una parroquia; pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misio­nero que vive el cons­tante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (Do­cumento de Aparecida #201).

Este fue el itinera­rio espiritual y pastoral de san Juan María Vianney para la aldea de Ars, quien, enamorado de Nuestro Señor Jesucristo, se dedicó a anunciarlo con su vida y con el ejercicio de su ministerio, que privilegió en el confe­sionario, entregando la gracia de Dios a tantos alejados que acudían a reci­bir el perdón misericordioso y desde allí se fue renovando la parroquia y también su entorno. Hoy el Papa Francisco nos invita a una conversión pastoral y misionera como la que em­prendió el Santo Cura de Ars, con el anhelo de que todas las comunidades lleguen a conocer y amar a Jesucristo. Así lo expresa el Papa cuando dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesa­rios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una ‘simple adminis­tración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘esta­do permanente de misión” (Evangelii Gaudium #25).

El cura de Ars vivió la buena noticia del Evangelio de Nuestro Señor Jesu­cristo y se la hizo descubrir a sus fe­ligreses permaneciendo en medio de su pueblo, como lo afirmó san Juan XXIII en ‘Sacerdotii Nostri Primor­dia’: “como un modelo de ascesis sacerdotal, modelo de piedad y sobre todo de piedad eucarística, y modelo de celo pastoral”, de tal manera que su parroquia rápidamente se fue reno­vando, siendo para los fieles ejemplo de respuesta en la fe, la esperanza y la caridad.

En este momento histórico como sa­cerdotes tenemos un gran desafío de iniciar nuevos cristianos y reiniciar a los que se han alejado, mediante un proceso evangelizador que tenga a Jesucristo como centro, para hacer realidad el sueño del Papa Francisco que pide una nueva evangelización donde “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG #35), que es el mismo Jesucristo, Nuestro Señor.

Que la intercesión del Santo Cura de Ars, de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, alcan­cen del Señor muchas bendiciones y gracias, que ayuden a todos los sa­cerdotes a vivir en fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A todos los fieles, les concedan seguir unidos en oración y en colaboración con sus sacerdotes en las comunidades parroquiales.

Para todos, mi oración y bendición.

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