Caminemos juntos en la acción catequética

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarro­llando en estas entregas edi­toriales, nos pone hoy a reflexionar sobre la acción catequética, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (Di­rectorio General para la Catequesis #49), esto quiere decir un proceso de formación continuo que está al servicio de la profesión de fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por cono­cerlo más íntimamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (cfr. DC, 2020, 34).

Esta condición de discípulo que el creyente va desarrollando es lo que pone en acción el proceso de la cate­quesis, que consiste en el crecer de la fe con la perseverancia que brota del amor vivo y entrañable por la perso­na, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que tiene sus raíces en el primer anuncio y el ‘kerygma’ propios de la acción misionera. Así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anun­cio o kerygma, que debe ocupar el centro de la actividad evangeliza­dora y de todo intento de renova­ción eclesial. El kerygma es trini­tario Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infi­nita el Padre. En la boca del cate­quista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte. Esto es lo que hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos” (Evangelii Gaudium #164).

Esto quiere decir que la catequesis no es un acto aislado en el proceso evan­gelizador de la Iglesia, sino que tiene sus raíces en el primer anuncio pro­pio de la acción misio­nera, que se enriquece con una formación continua, orgánica y sistemática que propi­cia un auténtico segui­miento de Jesucristo y ayuda al crecimiento en la fe cristiana. “La catequesis es una formación básica, esencial, centra­da en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comuni­dad cristiana” (DGC #67), de esta manera la catequesis ejerce “tareas de iniciación, de educación y de instrucción” (DGC #68).

La acción catequética no es un acto aislado sino parte de un proceso que conecta muy bien con la acción mi­sionera, que llama a la fe y con la acción pastoral, que la nutre conti­nuamente, avivando el crecimiento de la adhesión a Jesucristo y comuni­cándolo en una acción pastoral con­creta, donde el cristiano se convierte en un auténtico misionero, hacién­dolo capaz de vivir la vida cristiana en un estado de conversión, como transformación de la vida en Cristo y luego transmitirla a los otros, ya que “dicha acción catequética no se limita al creyente individual, sino que está destinada a toda la co­munidad cristiana para apoyar el compromiso misionero de la evan­gelización. La catequesis también fomenta la inserción de los indivi­duos y de la comunidad en el con­texto social y cultural, ayudando a la lectura cristiana de la historia y promoviendo el compromiso so­cial de los cristianos” (DC, 2020, 73).

De aquí se desprende que la acción cate­quética en la vida del cristiano no es algo circunstancial u oca­sional, para recibir la primera comunión o la confirmación, sino que está al ser­vicio de la educación permanente en la fe y por eso se relaciona con todas las dimensiones de la vida cristiana que deben tener su centralidad en Jesucristo reconociendo que “en el centro de todo proceso de cateque­sis está el encuentro vivo con Cris­to. El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede con­ducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. La comunión con Cristo es el cen­tro de la vida cristiana y, en con­secuencia, el centro de la acción catequética” (DC, 2020, 75). 

En este sentido tenemos que propo­nernos entre todos revisar nuestros procesos de catequesis para los sa­cramentos de iniciación cristiana, que se convierten en muchos casos en simples requisitos de unos pocos meses para recibir un sacramento y nunca más volver a la Iglesia a seguir profundizando en la fe, desdibujan­do de esa manera la vida cristiana y sacramental. Tenemos que volver a “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de salvación liberadora, que vivan un encuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos sentimientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones his­tóricas en las que viven, la misión de Cristo, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 2020, 75).

Con esta reflexión los convoco a to­dos a seguir profundizando en la ac­ción catequética, como parte esen­cial del Proceso Evangelizador de la Iglesia, que hace madurar la conver­sión inicial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existencia, educándolos en la men­talidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar con los senti­mientos de Cristo. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las bendiciones y gracias para que caminemos juntos en la acción catequética, para formar muchos discípulos misioneros del Señor en­tusiasmados con el anuncio gozoso del Evangelio.

En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación.

Caminemos juntos en la acción misionera

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello, nos propone­mos evangelizar desde el Proceso Evangelizador que la Iglesia nos ha enseñado desde siempre, sintetizan­do este proceso en tres etapas o mo­mentos esenciales que son: Acción misionera, acción catequética y acción pastoral, reconociendo que estos momentos no son etapas ce­rradas, sino que tratan de dar el ali­mento del Evangelio más adecuado para el crecimiento espiritual de cada persona y de cada comunidad parroquial (cfr. Directorio General para la Catequesis #49). En este es­crito vamos a dar algunos elemen­tos para comprender la acción mi­sionera en el proceso evangelizador de la Iglesia.

Evangelizar significa para la Igle­sia, llevar la Buena Nueva de la sal­vación a todos los ambientes de la humanidad, a los que están cerca y a los que están lejos. El Papa Fran­cisco nos recuerda que la evangeli­zación se debe realizar en tres ám­bitos: “En primer lugar, el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para en­cender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han recha­zado” (Evangelii Gaudium #14). Estos tres ámbitos deben ser objeto de la entrega pastoral de cada sacer­dote y de todos los evangelizadores en la Iglesia.

En nuestra Diócesis de Cúcuta, reconocemos que estamos en un contexto misionero y por eso, se hace necesario revitalizar el comienzo del proceso evangelizador que la Iglesia nos enseña, mediante la acción misionera que consiste en el primer anuncio de los misterios del amor y la misericordia del Padre y todo lo realizado en el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que se vive en el corazón del evangelizador, quien a la vez se convierte en testigo de las maravillas que Dios va realizando en la vida personal, con una experiencia de fe comunitaria que asegure el testimonio de la comunión en aquello que anuncia.

Para dar pasos seguros en esta pri­mera etapa es necesario tener claras las metas de la acción misionera que concretamente “tiene que sus­citar en las personas la fe inicial y el inicio de la conversión. Estas son sus metas y se trata de expe­riencias personales nítidas, senci­llas y constatables” (Muéstranos al Padre I, pág. 36). La fe inicial permite la acogida del misterio que se anuncia: amor del Padre y su mi­sericordia y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que en su misterio pascual nos ha mostrado el camino para salvarnos. Con el acto de fe, está en el mismo nivel el inicio de la conversión que involucra a la persona con una respuesta en don­de reconoce que el anuncio lo está transformando desde dentro.

La acción misionera tiene su pro­pia pedagogía que parte de la ex­periencia que se tiene del amor de Dios, reconociendo que en ese amor están todos los tesoros que una per­sona puede aspirar a tener en su vida y quiere comunicarlo a otros mediante el testimonio personal y comunitario, que se va transmitien­do como algo que brota del corazón y se va manifestando en la caridad y la ale­gría que experimenta la persona que empie­za a creer en Dios. El Papa Francisco expre­sa esta realidad cuan­do afirma: “Cuando la vida interior se clausura en los pro­pios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2). De tal ma­nera que, el amor de Dios testimo­niado por un creyente, mediante la acción misionera, lleva a que del corazón brote el fruto maduro de la caridad y experimente la alegría de los hijos de Dios.

Pero hay que dar un paso más en esta experiencia de fe, porque el testimonio del creyente no se agota en su forma de vivir, en la caridad que realiza o en la alegría que ma­nifiesta con el Evangelio recibido, sino que del corazón brota el fervor misionero, esto significa que quien está verdaderamente evangelizado percibe la urgencia por anunciar lo que ha visto, oído y experimentado que es el amor de Dios en su vida. El Documento de Aparecida expre­sa esta verdad cuando afirma: “El reto fundamental es mostrar la capacidad de la Iglesia para pro­mover y formar discípulos misio­neros que respondan a la voca­ción recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que este. Este es el mejor servicio que la Iglesia tiene que ofrecer a personas y naciones” (DA #14).

Todo esto reclama de cada uno de nosotros un celo misionero que siempre nos tenga en salida misio­nera para transmitir la fe a otros, sin perder el celo por el anuncio de Je­sucristo. Al respecto el Papa Fran­cisco afirma: “A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvi­dar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evan­gelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones» (EG #265).

El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para que la acción misionera con los gestos de la ceniza, del ayuno y la penitencia, nos ayude a experimentar el amor de Dios y su misericordia infinitas. Caminemos juntos en la acción misionera.

En unión de oraciones, caminemos juntos, renovando nuestra fe.

Caminemos juntos con el Proceso Evangelizador de la Iglesia

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

Jesús cuando convocó a sus discí­pulos en Galilea, les encomendó la tarea evangelizadora, haciendo que la Iglesia desde el principio se identifique con esta misión: “vayan y hagan discípulos a todos los pue­blos y bautícenlos para consagrar­los al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 16-20), recibiendo este mandato como su vocación esen­cial, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profun­da. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y re­surrección gloriosa” (Evangelii nun­tiandi #14).

La Iglesia tiene el mandato de llevar a todo el mundo la Magnífica Noti­cia del acontecimiento que cambia la historia del ser humano y de la socie­dad. Cada persona cuando recibe el anuncio de Jesucristo y responde con la conversión, que significa transfor­mación de la propia vida en Cristo, renueva no solamente su vida perso­nal, sino que todo el entorno donde vive comienza a ser iluminado por la gracia, porque el Reino de Dios llega con toda su fuerza para transformar el mundo: “El plazo se ha cumpli­do. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evange­lio” (Mc 1, 15).

El mensaje es el mismo, pero los con­textos cambian y por eso los desafíos para evangelizar necesitan evangeli­zadores con mucho fervor e ímpetu misionero, que sigamos sin desfalle­cer en la misión encomendada por Jesús, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28, 20), de tal manera que, se nos pide ser instru­mentos dóciles a la gracia de Dios, poniendo toda la confianza única­mente en Él y dejándonos iluminar cada día por el Espíritu Santo, que con sus dones, nos va capacitando para esta tarea que es de Dios, pues “no habrá nunca Evangelización posi­ble sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).

La Iglesia siempre ac­túa con el poder del Espíritu Santo y se ha dejado renovar por Él. Toda la acción pasto­ral debe ser dócil a la moción y luz del Espíritu Santo, ya que es Él quien orienta y renueva la misión evangeli­zadora en la Iglesia. Para dejar obrar el Espíritu Santo en la vida de la Igle­sia, es necesario asumir en serio el lla­mado a la conversión: “conviértan­se y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15), que significa el retorno a Dios, el cambio de mentalidad, es decir trans­formación de la vida en Cristo, hasta llegar a decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando tes­timonio de su proceso de conversión, afirmando: “Para mí la vida es Cris­to” (Flp 1, 21).

En nuestra Diócesis de Cúcuta queremos dejarnos iluminar por el Es­píritu Santo, siguiendo el Proceso Evangelizador que la Iglesia ha apli­cado desde siempre para evangelizar. Somos conscientes del mandato de Jesús, de ir por todas partes a anun­ciar el Evangelio, y por eso queremos poner en práctica con la mayor fide­lidad posible ese mandato misionero de Jesús, con la certeza que todo tiene que brotar de una oración constante, de rodillas frente al Santísimo Sacra­mento, para poder tener el discerni­miento suficiente que nos impulse al acompañamiento de todas las perso­nas, para que puedan crecer en el fe, la esperanza y la caridad y perseveren en la gracia de Dios, siempre con la confianza puesta en Él.

Siguiendo la enseñanza de la Iglesia en su ma­gisterio, vamos a con­tinuar con el desarrollo del Plan de Evangeliza­ción de la Diócesis de Cúcuta, inspirado en el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal manera que, impulsada por la cari­dad, impregna y transforma a toda la sociedad, dando testimonio entre las gentes de la nueva manera de vivir en Cristo, proclamando explícitamen­te el Evangelio mediante el primer anuncio que llama a la conversión; iniciando en la fe y la vida cristia­na mediante la catequesis a los que se convierten a Jesucristo, alimentando la fe de los fieles mediante la Eucaris­tía y la caridad y suscitando perma­nentemente a la misión, anunciando a Jesucristo con palabras y obras (cfr. Directorio General para la Catequesis #48).

De esa manera, en fidelidad a Jesu­cristo y la Iglesia, con renovado fervor pastoral y en salida misionera, nos disponemos a fortalecer el proceso evangelizador, que según lo sintetiza el Directorio General para la Cateque­sis del año 1997, “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesi­tan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas ce­rradas, ya que tratan de dar el ali­mento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, cfr. DGC, 2020, 31-35).

Al avanzar en este nuevo año pasto­ral, los convoco para que “camine­mos juntos”, dejándonos orientar por la luz del Espíritu Santo que ilumina nuestros pasos y nos saca de la oscu­ridad que deja el mal y como fruto del seguimiento de Cristo, alimenta­dos por la Eucaristía, brote un caudal de caridad en nuestra Diócesis, que nos permita hacer presente el man­damiento del amor, que sea luz para muchos que viven en las tinieblas del pecado. Que nuestra caridad sea la voz de Dios para que muchas perso­nas amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos. El camino para crecer y salvarse es vivir plenamente la vida de Jesucristo en la familia y en la parroquia. Hagamos de nuestras familias y ambientes pa­rroquiales lugares de fe, esperanza y caridad que nos lleven a la salvación y que orienten la vida de muchas per­sonas con la luz de Cristo que ilumina nuestra vida.

En unión de oraciones, “caminemos juntos, renovando nuestra fe”.

Diócesis de Cúcuta en salida misionera

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Para la gloria de Dios y bien de la Iglesia que amamos, co­menzamos el año 2023 con ánimos renovados y fervor pasto­ral fortalecido, para llevar a cabo la evangelización en nuestra Diócesis de Cúcuta. Damos gracias a Dios por el trabajo pastoral y compro­miso apostólico de todos nuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles de cada una de nuestras parroquias, que hasta el momento se han des­gastado dando lo mejor de sí para llevar a todos a Nuestro Señor Jesu­cristo, respondiendo a ese mandato misionero de ir por todas partes a predicar el Evangelio del Señor.

Para llevar a cabo esta tarea con la alegría de los hijos de Dios, les garantizo a todos mi oración cons­tante de rodillas frente al Santísimo Sacramento y la celebración diaria de la Eucaristía, con la intención de ayudarles en su crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, para seguir caminando juntos, en el fortalecimiento de una comunidad viva de fe al servicio de Dios y de la Iglesia.

El llamado permanente del Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera, lo percibo muy vivo en cada uno de los evangelizadores de nuestra Diócesis, ya que encuentro sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas y animadores de la evangelización comprome­tidos con la tarea evangelizadora, mediante el Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular (PEIP), con una conciencia clara de ser comu­nidades de creyentes en las cuales se realizan y se viven los miste­rios de la Iglesia Universal, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.

Mi compromiso constante consis­te en animarlos para que sigan co­municando la alegría que produce el encuentro con Jesucristo, que es nuestra esperanza. Seguiré dedican­do todo mi tiempo y mi esfuerzo para acompañar en primer lugar a los sacerdotes, invitándolos a cami­nar juntos viviendo este ministerio santo en gracia de Dios y en salida mi­sionera.

También seguiré de­dicando tiempo para acompañar a las ins­tituciones diocesa­nas, con el fin de que puedan seguir siendo ejemplo de caridad en el desempeño de su misión y finalmente, quiero seguir acom­pañando a los feligreses en cada una de las parroquias, con las visi­tas pastorales y la administración del sacramento de la confirmación, fortaleciendo con ello la acción mi­sionera en cada una de las comuni­dades parroquiales.

Los invito a asumir como actitud fundamental para continuar este proceso, la acogida de la Santísima Virgen María a la Palabra de Dios, junto con la obediencia a la Iglesia evidenciada en la adhesión alegre y solidaria a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco y entendida como comunión eclesial, que nos intro­duce en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que la hacemos visible en nuestra Iglesia Particular, con nuestro compromiso de evangelizar en salida misionera (cf. Evangelii Gaudium #20), que consiste “en salir de la propia co­modidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).

Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión personal, pastoral y de las estruc­turas, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Igle­sia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la conversión como adhesión perso­nal a Jesucristo, nuestra esperan­za, y a la voluntad de caminar juntos en su seguimiento, siendo este momento inicial la raíz y el cimiento sin los cuales todos los demás esfuerzos resultan artificiales. Esto significa un cam­bio profundo de ac­titud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo (Cfr. Documento de Aparecida #278b, 366).

Caminando juntos desde la con­versión personal, tenemos la forta­leza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la mane­ra como pensamos y realizamos la pastoral (cfr. DA 368). En este sen­tido, “la conversión pastoral exi­ge que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misione­ro, haciendo que la Iglesia se ma­nifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).

Todo este proceso tiene su culmen y realización en la conversión de las estructuras, que solo puede enten­derse en tanto que ellas se vuelvan más misioneras y que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que colo­que a los animadores de la evan­gelización en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a estar con Él y vivir en su presencia (cfr. EG 27).

Nuestra fuerza está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra esperanza y que nos manda en salida misionera a evangelizar al mundo entero (cfr. Mt, 28, 19 – 20), que identificamos como nuestra mi­sión, conscientes de que la fuerza interna, proviene del Espíritu Santo a Quien reconocemos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (cfr. Evangelii nun­tiandi #75).

En este compromiso misionero contamos con la protección mater­nal de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, nuestro patrono, quienes escucha­ron la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad. Con María y San José queremos reno­var nuestro compromiso de cumplir nuestra tarea en salida misionera, para encontrar a nuestros hermanos, entregarles la Palabra de Dios, acer­carlos a Nuestro Señor Jesucristo y comprometerlos a vivir sin temores la alegría del Evangelio.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

“Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”: Benedicto XVI

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

El Ministerio Petrino en la Igle­sia Católica se fundamenta en el texto bíblico del Evangelio de san Mateo que enseña: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edifi­caré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Con esta certeza que proporciona la Pa­labra de Dios, comprendemos que la misión que desempeña cada uno de los Pontífices de la Iglesia Ca­tólica, es una elección de Dios que responde a su voluntad y al plan de salvación para la humanidad.

Como fieles bautizados, creyentes en Cristo, estuvimos unidos en ora­ción desde el pasado 28 de diciem­bre, cuando conocimos la noticia que Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, experimentaba complicaciones en su salud. Des­pués de su partida a la Casa del Pa­dre, el sábado 31 de diciembre de 2022, queremos presentarles a los bautizados de la Diócesis de Cúcuta esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cris­to desde el año 2005 a 2013.

Joseph Ratzinger sufrió los horro­res y las consecuencias de la Se­gunda Guerra Mundial, experiencia dolorosa, que le dio la fuerza inte­rior y la luz necesaria para rechazar, desde su magisterio, el nazismo y todas las políticas que atentan con­tra la libertad y los derechos huma­nos. Decía en Auschwitz: “Hablar en este lugar de horror, cúmulo de crímenes contra Dios y contra los seres humanos sin igual en la his­toria resulta casi imposible. Es es­pecialmente difícil y opresivo para un Papa que viene de Alemania”, lo que le permitió en su humildad como persona, ver de cerca la mise­ria humana causada por el pecado y el horror de la guerra, para enfren­tarlos con decisión y claridad.

Recordamos al Papa emérito Bene­dicto XVI, como un hombre de fe profunda, amor al estudio, dedicado a la academia y de gran producción intelectual, que aportó fe y doctri­na en diversas etapas de su vida, dejándonos un lega­do del que todos nos beneficiamos, porque con su doctrina pro­fundizamos más en la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Su expe­riencia cristiana, re­cibida desde el hogar y vivida con gran fer­vor, le llevó a enten­der la fe como un en­cuentro personal con Jesucristo que debe ser anunciado: “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no se guarden a Cristo para ustedes mismos. Comuniquen a los demás la alegría de su fe. El mundo necesita el testimonio de su fe, necesita ciertamente a Dios” (Mensaje a la juventud en Madrid), enseñándonos que el cristiano no se prepara para un fin de la vida, sino que la fe en Jesucristo prepara al creyente para un encuentro con Él.

La entrega y vocación que encarnó en su misión, fue un gran testimo­nio para la Iglesia, ya que desde muy joven recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con genero­sidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determi­nación, mostrando con ello que su único deseo siempre fue ser “un humilde servidor de la viña del Se­ñor”, como lo afirmó el día que fue elegido Papa en el año 2005.

Inició su servicio prominente en la Iglesia como asesor teológico del Concilio Vaticano II, brillando por su grandeza intelectual. Posterior­mente fue Arzobispo de Munich y Frisinga (Alemania); Cardenal, Prefecto para la Doctrina de la Fe y decano del Colegio Cardenalicio.

A pesar de su admira­ble capacidad intelec­tual, su humildad era lo que más brillaba en su persona. Fue claro e íntegro en sus declaraciones, habló de forma certera, de­nunciando desde el Evangelio los terri­bles males que aque­jaban en su momen­to al mundo y a la fe cristiana. Su humildad fue gracias a la indis­cutible confianza en el Señor, ha­ciendo en todo la voluntad de Dios, que guio su ministerio desde el mo­mento de su ordenación sacerdotal en el año 1951.

Para la Iglesia ha sido una gran pér­dida, un hombre de fe, que, desde su servicio eclesial y la producción intelectual, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera com­prendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en sali­da misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de mu­chas tormentas que la intentan de­rrumbar.

Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, y nos uni­mos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la gloria de Dios que predicó con fe y que explicó con la razón a través de sus escritos.

Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, es­peranza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así, camine­mos juntos, en salida misionera, como hijos de Dios, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su gloria. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, al­cancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa emérito Benedic­to XVI, podamos crecer en santidad y nos preparemos también nosotros un día no para un fin de nuestra vida, sino para un encuentro con el Señor.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14)

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

Estamos próximos a comenzar la Novena de Navidad que nos prepara para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesu­cristo, que viene a darnos la salva­ción: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria” (Jn 1, 14), que nos da la luz para no tropezar en las ti­nieblas del mal y el pecado. Jesús se nos presenta como la estrella que guía nuestros pasos en el caminar de la vida, para que lleguemos un día a contemplar la gloria de Dios.

Las reflexiones navideñas tienen como tema principal el lema del trabajo pastoral para el 2023 que nos dice: “Caminemos juntos”, iluminados por la pregunta del profeta Amós: “¿Caminan acaso dos juntos, sin haberse puesto de acuerdo”? (Am 3, 3), que nos ayudará a fortalecer el “encuentro con Jesucristo” desde la fe, la es­peranza y la caridad, como pilares importantes que debemos fortale­cer en este tiempo de gracia que el Señor nos concede y que nos lleva a consolidar los vínculos familia­res, en ambiente de oración que nos pone en relación directa con Nues­tro Señor Jesucristo, que viene a nuestro encuentro a habitar en me­dio de nosotros, hasta llevarnos un día a participar de su gloria.

En el itinerario de vida cristiana de nuestras familias, tenemos el recur­so de contemplar a Jesús que nace en la familia de Nazaret, para traer­nos la paz, dejándonos transformar por la gracia de Dios que sana nues­tros corazones y nuestros hogares y de esa manera caminemos juntos, celebrando la vida, con ánimo re­novado y con la esperanza puesta en el Señor. Así lo ex­presa el Documento de Aparecida cuando afirma: “En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera ex­periencia del amor y de la fe. El gran te­soro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia” (DA 118).

Con estas palabras de Aparecida reconocemos el valor de la fe en la vida familiar, que nos permite crear ambientes sanos y fraternos, ayudados por la comunidad de cre­yentes que es la Iglesia, que celebra con gozo el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que se ha hecho hombre, para abrirnos caminos de conversión y que de esa manera caminemos juntos, celebrando la vida; fortalecidos por la gracia de Dios, dando testimonio del perdón la reconciliación y la paz en la fa­milia, recibiendo al pie del pesebre el regalo más grande que nos trae Jesús.

Al prepararnos para la Navidad tengamos presente la necesidad de crecer en la fe en el Señor Jesús, fortale­cer la esperanza en Él y vivir la caridad per­sonal y comunitaria­mente. Interioricemos durante este tiempo el mensaje concreto que el Señor nos ofrece en su Palabra, para recibir su perdón y crecer en la reconciliación y la paz que sostiene nuestra vida personal y familiar.

Los animo a valorar el hogar como lugar de encuentro con Dios y con los hermanos, haciendo de la reu­nión familiar para la Novena de Navidad, un espacio donde brille la gracia y la presencia de Dios, tal como nos lo enseña Aparecida cuando dice: “Creemos que ‘la fa­milia es imagen de Dios que, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia’. En la comunión de amor de las tres Personas divinas, nuestras fami­lias tienen su origen, su modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino” (DA 434).

Navidad es celebrar el encuen­tro con Jesucristo, que viene a nosotros y se queda para iluminar nuestros pasos por el camino del perdón, la reconciliación y la paz, invitándonos a comunicar la Bue­na Nueva del Evangelio. Que el gozo de la Navidad, en donde con­templamos a Jesús entre nosotros, nos mueva a reflexionar y a buscar nuevas maneras de ser solidarios, para continuar en el año venidero participando con entusiasmo en la construcción de una sociedad más fraterna y que caminemos juntos, celebrando la vida en comunión, participación y misión, escuchando juntos, en familia, al Espíritu San­to.

A todos les auguro que el Niño Je­sús los colme de bendiciones en esta Navidad que vamos a celebrar y les deseo un año nuevo 2023, lle­no de muchas gracias del Señor, para que recibamos el perdón de Dios que viene a nuestros corazo­nes, invitándonos a perdonar a los hermanos, para vivir reconciliados y en paz con todos y que en familia caminemos juntos celebrando la vida y abrazando la Cruz del Señor fortalecidos por la gracia de Dios, podamos ser instrumentos de paz para muchos hermanos nuestros. Que la Santísima Virgen María, madre de la Paz y el glorioso Pa­triarca san José, custodio del niño Jesús, alcancen del Señor la gracia de vivir este tiempo en la espera gozosa del Señor.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

Preparémonos para la venida del Señor

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Comenzamos un nuevo Año Litúr­gico con el Tiempo de Adviento que posee una doble caracterís­tica, en primer lugar, es el tiempo de preparación a la Navidad, solemnidad que conmemora la primera venida del Hijo de Dios en la carne, cuando Jesús se hace uno de nosotros, “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14); y es a su vez, el momento que hace que todos dirijamos la aten­ción a esperar el segundo advenimiento de Cristo, un tiempo de esperanza, por la llegada del momento en que partici­paremos de la gloria de Dios, en el en­cuentro con el Señor cara a cara.

Desde el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y el regreso al Padre en la gloriosa Ascensión al Cielo, tenemos la certeza que Él siempre está con noso­tros y camina con nosotros, “sepan que yo estoy con ustedes todos los días has­ta el final de los tiempos” (Mt 28, 20). Esta certeza ha acompañado a la Iglesia a lo largo de toda su historia y en cada celebración de la Navidad, vuelve a re­sonar en nuestro corazón, al preparar­nos paso a paso para la segunda venida del Señor. De la presencia permanente del Señor, debemos sacar un impulso renovado en la vida cristiana, con el deseo interior de caminar desde Cristo y con Cristo, en un proceso de conver­sión constante que es transformación de la vida en Él y que renovamos con ale­gría y fervor interior al comenzar este Tiempo de Adviento, como preparación para que Jesús siga naciendo en nuestro corazón.

Todo el trabajo pastoral y la evange­lización que realizamos a lo largo del año, tiene como objetivo hacer que Jesús se quede en el corazón de mu­chas personas, para que al celebrar su nacimiento en cada corazón, cada cre­yente tenga un nuevo nacimiento para tener la vida eterna, porque “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3), de tal manera que, el proyecto pastoral tiene a Jesucristo como centro a quien “hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transfor­mar con Él la historia hasta su perfecciona­miento en la Jerusalén celeste” (‘Novo Mi­llennio Ineunte’ #29), que preparamos en este Tiempo de Adviento cantando con entusias­mo “ven Señor Jesús” (1 Cor 16, 20).

El Hijo de Dios que se hizo hombre por amor al ser humano, sigue realizando su obra en nosotros, por eso tenemos que disponer el corazón para convertirnos en testigos de su gracia y también ser instrumentos de ese don para los demás. Prepararnos para cele­brar la Navidad, es contemplar a Jesús que nos invita una vez más a ponernos en salida misionera: “Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

El mandato misionero nos introduce en el misterio mismo de la Encarnación, invitándonos a tener el fervor y el ardor para comunicar ese mensaje, así como lo hicieron los primeros cristianos. Para ello, tenemos la certeza que contamos con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés y que nos entusiasma hoy a comunicar el mensaje de salvación, animados por la esperan­za en Jesucristo que lo trasforma y lo renueva todo.

Comenzamos un tiempo del año, en el que vamos a estar muy saturados por lo que el comercio ofrece para prepa­rar la Navidad, que termina por opacar y desdibujar el verdadero sentido del Adviento como preparación para ce­lebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Contemplemos en cada una de estas semanas a Jesús, que viene a salvarnos, abramos el corazón a la gra­cia de Dios y dispongámonos con un corazón limpio a celebrar este tiempo, como un momento de gracia para cami­nar con Cristo, siguiéndolo a Él que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Pa­dre (cf. Jn 14, 6).

Por otra parte, este Tiem­po de Adviento nos invita a detenernos desde el si­lencio del corazón a cap­tar la presencia de Dios en nuestra vida y la im­portancia de la gracia de Dios que habita en nues­tros corazones, que es luz para nuestras vidas que no todos perciben, pero que los cristianos reconocemos como la luz de Cristo que ilumina nuestros corazones. Tendremos muchas luces externas en este tiempo, que iluminan las calles y las casas, pero no dejemos apagar la luz de Jesucristo que quiere iluminar el camino de cada uno, para vivir caminando desde Cristo, sin las tinieblas del mal y del pecado.

Como creyentes en Cristo, nosotros tenemos la misión de ser reflejo de la luz de Cristo, que iluminó la noche de Belén donde nació Jesús como “Luz del mundo” (Jn 8, 12) y nos pidió que fuéramos luz para los pueblos, “uste­des son la luz del mundo” (Mt 5, 14), cumpliendo el mandato misionero que será posible si nos abrimos a la gracia que nos trae este Tiempo de Adviento y nos hace hombres nuevos en Jesucristo Nuestro Señor, que está con nosotros todos los días hasta el final de los tiem­pos (cf. Mt 28, 20), mientras que anhe­lamos la segunda venida del Señor. Que la Santísima Virgen María, Madre de la Esperanza y el glorioso Patriarca san José, custodio del Niño Jesús, alcancen del Señor la gracia de vivir este tiempo en la espera gozosa del Señor. Agrade­cidos, sigamos adelante.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

La caridad es la vocación cristiana

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Desde hace ya varios años el Papa Francisco nos ha convocado hacia el final del año litúrgico a celebrar una Jornada Mundial de los Pobres, con el propósito de sensibilizar a todos los cristianos, para que produzcan el fruto maduro de la fe y la esperanza en Jesucristo Nuestro Señor, en la manifestación de la caridad, que es el culmen de las virtudes cristianas y la puerta de entrada al Cielo. “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme” (Mt 25, 34-36), concluyendo que cada vez que un cristiano hace esto por un hermano necesitado, lo está haciendo por el mismo Jesucristo.

La caridad es una virtud que se co­secha en el corazón del cristiano que ama a Dios con todo el cora­zón, con toda la mente, con todas las fuerzas, y con todo el ser, ama al prójimo como a sí mismo, sabien­do que en estos dos mandamientos está todo lo que necesita un creyen­te para salvarse (cf. Mt 22, 37-40), concluyendo con esta verdad que la caridad no es una acción social que pertenece a una organización de beneficencia, sino que es una expresión del amor de Dios que se hace presente a través de un cre­yente que ha entendido su compro­miso cristiano en la comunidad de creyentes que es la Iglesia, que se deja guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6).

La caridad es la vocación que tie­ne el cristiano para mirar el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la herida del otro que está tirado en el camino y tenderle una mirada de amor, como manifestación del amor que viene de Dios. Jesús lo enseña en la parábola del “Buen samarita­no”, cuando le responde al experto en la ley que le pregunta quién es el prójimo (cf. Lc 10, 30-36), invitán­dolo a hacer otro tanto, haciéndose prójimo del que sufre sin preguntar por su identidad políti­ca, social o religiosa. Así lo reitera el Papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’: “La propues­ta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia” (FT 80), invitándonos a todos a hacernos prójimos y a “dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volver­nos cercanos a cual­quiera” (FT 80).

Vivir la caridad cristiana no es un aprendizaje que se recibe en las academias donde se llena el cere­bro de la ciencia humana, sino que es fruto de la fe en Dios que nos enseña a amar al prójimo con el corazón de Jesús, sin cálculos humanos, reconociendo al mismo Jesucristo en todos los que sufren, tal como nos lo ha enseñado en el Evangelio al hablar de la ayuda que damos a los demás (cf. Mt 25, 31-46), descubriendo que “para los cristianos, las palabras de Jesús implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abando­nado o excluido” (FT 85).

De esta manera, entendemos que el cristiano tiene vocación a la caridad porque está en unión ínti­ma con Dios, que lo mueve desde dentro a ser un instrumento en sus manos para realizar su obra con los que están caídos en el camino de la vida.

La caridad nace de un cristiano contemplativo, que se pone de ro­dillas frente al Señor y allí encuen­tra la motivación más profunda para volverse prójimo del que sufre. El Papa Francisco expresa esta verdad cuando afirma: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es ‘el cri­terio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de la vida humana’” (FT 92), concluyendo que la ca­ridad es posible en un cristiano que se rela­ciona con Dios a través de la oración y que se mantiene en la gracia y en la paz del Señor y la transmite a los que están en su en­torno.

En todos los ambientes sociales queremos la paz y hacemos cálcu­los humanos para tenerla, llegando a convertirla en un negocio mez­quino, olvidando que la paz es un don de Dios que brota de la caridad y desde la caridad, que es amor de entrega total se puede lograr que el corazón del hombre se transforme y transforme la sociedad, ya que “la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos efica­ces de desarrollo para todos” (FT 183), de tal manera que la caridad no es solamente el centro de todas las virtudes, sino que es también “el corazón de toda vida social sana y abierta” (FT 184).

Con esto entendemos que la caridad va mucho más allá de una jornada en la que servimos a los pobres. La caridad es el sello del cristiano y está todo el tiempo en el corazón.

La caridad es la manera de ser del cristiano, que en el camino de la vida se agacha a sanar las heridas de quien está caído en el camino de la vida. Sigamos adelante cons­truyendo juntos un mundo nuevo y mejor desde la caridad, que es el amor de Dios que se hace presencia a través de cada uno de los cristia­nos, que peregrinamos en la santa Iglesia de Dios, hasta llegar un día a la salvación eterna.

Que la Santísima Virgen María, madre de la caridad y el glorioso Patriarca san José, custodien la fe y esperanza en nosotros, que produ­ce el fruto maduro de la caridad y agradecidos, sigamos adelante.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

Sigamos adelante en salida misionera

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Culminamos este mes de oc­tubre, consagrado por la Iglesia para reflexionar y orar por las misiones en todo el mundo, conscientes del mandato que hemos recibido del Señor: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ense­ñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes to­dos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).

Este mandato es para todos los bautizados que tenemos la misión de comunicar a otros la experien­cia de Jesucristo, dando testimo­nio de Él con la vida, y anun­ciándolo con las palabras. Así lo expresa el Concilio Vaticano II cuando afirma: “Todos los fieles cristianos donde quiera que vi­van, están obligados a manifes­tar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hom­bre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confir­mación, de tal forma que, to­dos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre (cf. Mt 5, 16) y perciban, plenamente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres” (Ad Gentes #11, 1965), para llevarlos a todos a la salvación eterna a par­ticipar de la gloria de Dios.

El Papa Francisco en su magis­terio, continuamente nos está re­cordando que estamos en Iglesia en salida misionera y en nuestro caso, queremos renovar nues­tro compromiso de ser Diócesis en salida misionera, en donde el Obispo, los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y todos los bautizados estamos en salida misionera, cumpliendo con el de­ber de propagar la fe y la salva­ción de Cristo, obedientes a la vo­luntad del Señor que tiene como meta la salvación de todos, ya que Dios no quiere la muerte del peca­dor, sino que se convierta y viva eternamente (cf. Ez 33, 11) y por eso cada bautizado está llamado a cumplir esta tarea con gozo y esperanza, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identi­dad más profunda” (Evangelii Nuntiandi #14).

La alegría de predicar el Evangelio, brota de una experiencia con Jesucristo vivo en nuestro corazón y que está en medio de la comunidad, tomando conciencia que este gozo no lo podemos de­jar encerrado en nuestra vida, sino que lo tenemos que comunicar. La salida misionera no es ir muy le­jos de nuestro entorno, algunos tendrán vocación específica para hacerlo y saldrán fuera de los confines de su propio territorio, pero en el caso de la mayoría de los bautizados, la salida misionera es renunciar al propio individua­lismo y egoísmo que nos ahogan, y comunicar el mensaje de Jesu­cristo comenzando por nuestra propia familia, donde en ocasio­nes se hace difícil ser misionero de Jesucristo, pero con el llamado permanente a evangelizar el pro­pio hogar.

En el propio entorno familiar y de trabajo tenemos una tarea de anun­ciar el Evangelio, “cada cristia­no y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invita­dos a aceptar este llamado: salir de nuestra propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz el Evangelio” (Evangelii Gaudium #20), periferias que pueden estar a nuestro lado e incluso en nuestro propio corazón, porque son luga­res físicos y existenciales donde aún no ha llegado la Palabra de Dios y el mensaje de Jesucristo no ha inun­dado la existencia.

Esta salida misione­ra en la que estamos empeñados todos por mandato del Señor, no es algo añadido a la misión evangeli­zadora de la Iglesia, sino que hace parte del Proceso Evan­gelizador de la Iglesia Particular (P.E.I.P.), que se acerca, que es ca­paz de llegar a todos, para comu­nicarles con alegría el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El Papa Francisco nos recuerda que “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría mi­sionera” (EG 21), que genera una vida nueva en quienes escuchan y reciben con gozo el primer anun­cio, para luego profundizarlo en el proceso que podemos vivir en la comunidad cristiana.

Terminar el mes de oración y re­flexión por las misiones, no es culminar la tarea, pues estamos en estado permanente de misión como nos lo ha pedido el Conci­lio: “esta misión continúa, y de­sarrolla a lo largo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres. La Iglesia debe caminar por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino de Cris­to” (AG 5), por eso los animo a todos en la Diócesis de Cúcuta, a continuar con el anuncio gozoso de la persona, el mensaje y la Pa­labra de Nuestro Señor Jesucristo, siempre en salida misionera y con la alegría de hacer nuevos discí­pulos misioneros del Señor.

Sigamos adelante en salida mi­sionera en nuestra Diócesis de Cúcuta, cumpliendo con el man­dato del Señor de ir por todas par­tes a anunciar el Evangelio. To­dos los bautizados de esta Iglesia particular estamos disponibles a cumplir con esta tarea, siendo co­munidad de discípulos misioneros que nos involucramos y acompa­ñamos a todos y les entregamos con gozo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Que la Santísi­ma Virgen María, Estrella de la Evangelización, y el glorioso Pa­triarca san José, fiel custodio de la fe, la esperanza y la caridad de todos los creyentes, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el ardor misionero para que sigamos ade­lante en salida misionera.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

Evangelizar a los que están lejos

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Avanzamos en este mes de octubre dedicado en la Igle­sia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones en todo el mundo y sobre todo, a tomar conciencia de la tarea evangelizado­ra de la Iglesia y de cada uno de los bautizados, en muchos ambientes y sectores que están físicamente cerca de nosotros, pero viven muy lejos de Dios y de su Palabra de Salvación.

Ya el tiempo donde todos en la fami­lia eran creyentes con fe firme, está pasando, y estamos en una época don­de muchos recibieron el bautismo, pero en lo que se refiere a la fe, son indiferentes e incluso, rechazan abier­tamente a Jesús. El Papa Pablo VI, en su momento, así lo percibía cuando afirmó: “aunque el primer anun­cio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más ne­cesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bau­tismo, pero viven al margen de la vida cristiana” (‘Evangelii Nuntian­di’ #52).

Esta realidad descrita por el Papa Pablo VI, es un fenómeno común en las nuevas generaciones de mu­chas de las familias creyentes y por esta razón, el Papa Francisco vuel­ve a retomar el tema cuando llama a evangelizar en todos los ámbitos, sin descuidar la pastoral ordinaria que se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios. Es necesario reconocer el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bau­tismo y también hace el llamado a proclamar el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf. ‘Evangelii Gaudium’ #14), recordando que “los cristia­nos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un ban­quete deseable” (EG 14).

La preocupación de toda la Iglesia, pastores y fieles, a lo largo de los si­glos ha sido anunciar el Evangelio a los que están alejados de Cristo y por eso, en una época se identificaban los alejados con quienes habitaban fuera de las fronteras de nues­tro entorno y existía una vocación misionera para atender directamente a esos hermanos nuestros. Pero hoy la realidad de los alejados está presen­te en nuestro territorio, en nuestra Diócesis, en las periferias y en el centro de nuestra ciu­dad, en la parte urbana y en el campo. Por ello, retomamos como propio el llamado del Papa Francisco cuando nos dice que “la actividad misionera repre­senta aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misione­ra debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que, lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos los creyentes.

La salida misionera es el camino ade­cuado en este momento de nuestra historia para volver a traer al redil de la Iglesia a la oveja perdida. Jesús en el Evangelio nos da el testimonio del Pastor bueno que sale a buscar una oveja perdida, dejando las noventa y nueve en el redil (cf. Lc 15, 4-6), hoy tenemos que retomar la salida misionera para ir en busca de las no­venta y nueve, dejando una en nuestro redil. Si no lo hacemos entre to­dos, corremos el riesgo de dejar a todo el pue­blo de Dios a la deriva, con la conciencia que “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atre­verse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20), periferias que vemos avan­zar en nuestra ciudad, no solamente por la limitación física de los recursos de muchas personas, sino por el vacío en la fe que padecen muchas personas que son nuestros vecinos y cercanos.

Recordemos que los discípulos que se reunieron en torno a Jesús y que salie­ron a predicar con Él, no tenían un lu­gar para permanecer, porque “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20); siempre fueron itinerantes, siempre estaban en mi­sión de un lugar para otro y así nació la Iglesia, en camino, en salida misio­nera. El Papa Francisco nos recuerda esta verdad cuando afirma: “La inti­midad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Igle­sia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23).

La Iglesia comunidad de creyentes en su tarea evangelizadora tiene el mandato de la salida misionera. En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos disponibles a cumplir con esta ta­rea, siendo comunidad de discípulos misioneros que nos involucramos y acompañamos a todos y les entrega­mos con gozo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Que la Santísima Virgen María, Estrella de la evange­lización y el glorioso Patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.