Sagrado corazón de Jesús, en vos confío. Consagración de Colombia al Sagrado Corazón de Jesús

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid

En el mes de junio celebramos con gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Esta fiesta fue establecida en la liturgia de la Iglesia, por el Beato Papa Pio IX en el año de 1856. Colombia es uno de los primeros países del mundo que se consagró al Sagrado Corazón de Jesús, con la Ley 26 de 1898, en el gobierno de Manuel Antonio Sanclemente. Posteriormente, siendo Arzobispo Primado de Bogotá, Mons. Bernardo Herrera Restrepo, propuso el “Voto nacional” al Sagrado Corazón de Jesús, pidiendo la paz, la concordia y la unión de Colombia, al salir de la llamada “guerra de los mil días” (Mons. Bernardo Herrera Restrepo, Carta Pastoral, 6 de abril 1902). El Presidente José Manuel Marroquín, con Decreto 820, del 18 de mayo 1902 oficializó este voto de consagración al Sagrado Corazón de Jesús.

Quisiera, con Ustedes queridos amigos, reflexionar profundamente sobre el contenido y la profunda enseñanza escondida en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. La devoción a Jesucristo, en su dimensión de amor, de entrega, de redención y salvación está profundamente arraigada en nuestra Patria y en sus hijos.

En nuestra vida de piedad expresamos de muchas formas nuestro amor a Cristo, le miramos fijamente y tratamos de comprender el misterio de amor. Durante este mes “fijamos la mirada en Jesús” (Lc 4, 20) de una manera particular contemplando el misterio del amor y del perdón que se manifiesta en la cruz redentora, en el trono de amor donde Jesucristo nos salvó. El Documento de Aparecida valora mucho las expresiones de piedad popular como un espacio de “encuentro con Jesucristo” (Documento de Aparecida, nn 258- 265). Creo que esta bella devoción es para nosotros el camino de encuentro con Cristo y el gran misterio que nos ofrece: la salvación de nuestras almas por la misericordia de Dios.

Celebrar el Corazón de Cristo es mirar la totalidad de la Persona Adorable del Maestro de Nazareth y descubrir que ha querido compartir con nosotros esta condición humana sujeta a sentimientos y ha querido sentir con nosotros, padecer con nosotros, amar con nosotros, siendo Él el modelo perfectísimo de todos los hombres y mujeres en la historia. En el misterio de la Cruz y del sufrimiento de Cristo, se expresa la revelación de un profundo misterio de salvación establecido para el hombre. Es un misterio de AMOR, de MISERICORDIA. La cruz es la manifestación más clara del amor de Dios para los hombres en un plan divino establecido desde siempre (1Cor 2, 1; Efe 1, 9), el misterio del Evangelio del cual nos habla San Pablo (Efe 6, 19).

En Colombia, en muchos de nuestros hogares, en los hospitales, en las oficinas de las autoridades civiles, en lugares públicos se conserva y muestra en primer lugar, la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, que nos muestra su corazón ardiente en llamas. Todos habitualmente recitamos la oración “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío”. Es una de las devociones más arraigadas en nuestra comunidad. Tiene un valor evangelizador, profundo, sentido: mirar y poner a Jesucristo en nuestras vidas y en nuestras relaciones humanas, aceptándole como salvador.

La devoción es particularmente fuerte en el mes de junio de cada año, esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que hemos celebrado esta semana, ella nos hace volver la mirada a Maestro de Nazareth, poner en Él nuestra atención y nuestra oración, entregándole nuestra vida y nuestras tareas, nuestras familias y todos los anhelos y realidades humanas, reconociéndole como Redentor de la humanidad.

El corazón del hombre, en la tradición judía y en muchos pueblos de oriente, era la expresión de la vida y de la realidad de una persona, de un hombre, eran sus entrañas mas profundas, aquello que le constituía como tal. Esta devoción nos lleva a contemplar la figura total de Cristo, su Ser Divino y humano, que es sintetizado en la gran experiencia de amor y de perdón que el ha vivido en su pasión, en su muerte y en su resurrección. Entramos en sus entrañas mismas, en la profundidad de su misterio de amor.

Los evangelios, concretamente San Marcos y San Juan (Mc 15, 39; Jn 19, 34), nos ponen de frente a un relato muy hermoso que hace parte de la Pasión de Cristo, en este relato, un Centurión Romano que ha sido identificado como Longino, procedente de la región central de Italia, en la población de Lanciano, atraviesa con su lanza el cuerpo de Cristo, abriendo su corazón. Del costado de Cristo brotan sangre y agua (Jn 19, 34), la Iglesia siempre ha leído en este texto en una exégesis bien precisa referencia a los sacramentos de la Eucaristía y del Bautismo.

La imagen del Corazón de Cristo que es desgarrado nos enseña y nos da el sentido mismo de este sufrimiento y de este sacrificio: Cristo desgarra su corazón, con la pasión y muerte para salvarnos, para ofrecernos la liberación y la salvación del pecado. Ese Corazón humano totalmente, pero también totalmente Divino se entrega por nuestra salvación y liberación del pecado.

Una de las fiestas de Cristo más sentidas por nuestro pueblo, la fiesta de Jesús de la Divina Misericordia, también marcando este misterio del gran misterio de la Resurrección del Señor nos lleva a entender que del corazón de Cristo dimana profundamente el misterio de la misericordia. Cristo en la cruz perdona, redime, salva, ofrece el don de la misericordia a todos los hombres y mujeres que con sus comportamientos se han separado –nos hemos separado- de Dios y de su plan de salvación.

Un apartado del Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña (n. 478): «Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo… del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres».

¡Alabado sea Jesucristo!

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