Reflexiones éticas en tiempo de enfermedad (II)

Los primeros cristianos supieron reflexionar desde la fe en Jesucristo resucitado, acerca de las distintas realidades de la historia, de los acontecimientos que acaecieron en sus días, particular ejemplo de ello es la Primera Carta del Apóstol San Pedro. Uno de sus versículos alienta nuestro pensamiento y análisis, en este espacio del periódico LA VERDAD, en el cual ustedes me acompañan cada semana.

“Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1 Pe 4, 10).

La gran enseñanza es ponernos al servicio de los demás, tomar una nueva actitud de entrega y ayuda a los que necesitan. Los primeros cristianos vivían grandes pruebas, incluso el martirio y la persecución social, las falsas acusaciones. San Pedro se dirige a los hombres de todos los pueblos conocidos de su época: Ponto, Galacia, Capadocia, Asia, Bitinia (Cf. 1 Pe 1,1,).  En estos momentos particulares de la historia, creados por la gran pandemia del COVID-19, tenemos que entrar en la reflexión y el análisis de muchos temas nuevos que se ponen de frente a nosotros.  Es un deber en este momento reflexionar sobre los bienes materiales, sobre la economía que comienza a estar en crisis, sobre las grandes decisiones que se tienen que realizar en este campo.

En el texto bíblico que tomamos, los cristianos tenemos una forma particular de leer los bienes materiales, los comprendemos como un don de Dios, su valor es transitorio solamente Por encima de estos bienes, esta nuestra opción por Cristo y su Evangelio.

Los cristianos somos administradores de los bienes del mundo como “oikonomoi”, como ecónomos, simples administradores de los bienes recibidos. Muchos, en el entorno social que vivimos, tienen marcado profundamente el atesoramiento de los bienes materiales. Hay un afán por poseer y “tener” cosas materiales, donde se defiende a cualquier precio la posesión de los bienes, incluso con métodos ilícitos e injustos.

Como cristianos, seguidores de Cristo, en nuestra fe católica, tenemos que saber que los bienes, la naturaleza, los recursos naturales están destinados a procurar el bienestar del hombre, su alimentación, la búsqueda del bienestar material que es la salud. Una economía vivida y realizada con equidad, desde la fe y la moral, tiene que tender a suplir y completar las necesidades fundamentales del hombre.

Si bien el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gozo y Esperanza (Gaudium et Spes) (n .4), reconoció el valor, el método y las leyes de la economía, esta no puede ser considerada como algo con una entidad y fin propio, ella debe tener como horizonte y meta, el garantizar la vida de todos los hombres, cubriendo sus necesidades.

La economía debe regirse por principios éticos, por decisiones que toquen el sentido profundo de sus decisiones: la salvaguardia del hombre y sus necesidades. No es posible crear una economía que se aparte  de las valoraciones morales, poniendo las cifras y metas por encima del hombre. El mismo Concilio nos enseña que “El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la actividad económico social” (Gaudium et spes, n. 63). El hombre tiene un fin sobrenatural que supera las meras actividades sociales y económicas. Estos son grandes ideales y perspectivas para la asunción y propuesta de decisiones económicas, en estos tiempos de COVID-19, donde comienza a faltar el trabajo, no hay medios para subsistir en muchas familias, donde faltan bienes necesarios y bienes para cuidar la salud.

No podemos en estos momentos de prueba perder la perspectiva trascedente y espiritual de cuanto acaece en el mundo. Este no es sólo un fenómeno biológico o natural, toca a la persona, toca la forma como hemos establecido las relaciones con el mundo y las cosas, con los animales, toca nuestras decisiones acerca de la naturaleza y el uso desmedido e irresponsable que hacemos de ella. También pone de frente a nuestros ojos la extrema pobreza y fragilidad de nuestros sistemas sociales, la falta de trabajo y digna sustentación para muchos, la inequidad social  y falta de acceso a los bienes de la salud, la fragilidad de los que trabajan en campos tan importantes como la salud y la educación. Es un momento para una profunda reflexión sobre estos temas sociales por excelencia.

Es muy importante reconocer que nuestro trabajo y nuestra tarea es el cumplimiento de la voluntad de Dios, crecer y multiplicarse, llenar la tierra y transformarla (Cf. Génesis 1,28ss).

Es necesario en estos momentos garantizar a todos el acceso a los bienes, a las cosas necesarias, al cuidado de la salud. No se puede hacer distinción entre los que necesitan. Aparecen de frente a nuestros ojos un momento de gran sufrimiento de muchos hombres y mujeres, niños y jóvenes en nuestra sociedad. Vemos grandes dolores humanos que en un futuro cercano, aumentarán en muchos frentes. ¿Cómo crear nuevas formas de cooperación y ayuda entre nosotros? ¿Cómo atender a los pobres, a los que sufren, a los que no tienen alimentos o empleos? ¿Cómo distribuir y garantizar una subsistencia digna a todos? La solución a estas preguntas comportará altos costos sociales y monetarios, con decisiones necesarias en campo económico.

Estas reflexiones nos tienen que llevar a humanizar la economía con un gran pacto social, en la búsqueda de lo que sea más humano.  Es el momento de pasar por muchas leyes de tipo económico, del mero análisis técnico de las decisiones. En estos momentos tenemos que fortalecer nuestros valores, de frente a la producción y al lucro. Recordemos que el Santo Padre FRANCISCO nos invita a no caer en la idolatría del mercado y del dinero (Cf. Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio, n. 55.56).

Es necesario propiciar que se luche contra los esquemas económicos de aprovechamiento individual, a una lógica de la ganancia desmedida y el lucro económico.

La enfermedad ha puesto de frente a nosotros una nueva realidad del mundo, la limitación biológica de la persona humana, la muerte de tantas personas nos muestra nuestra fragilidad, ha cambiado las relaciones entre el mundo, con limitaciones en el desplazamiento y la comunicación entre hombres en forma física.

Este tiempo nos ha puesto de frente a los recursos tecnológicos, con nuevos horizontes en la comunicación, en el uso de las nuevas tecnologías. Pensemos que esta realidad social, biológica que vivimos tiene que llevarnos a leer de una manera novedosa las relaciones económicas entre los hombres, en el adecuado uso del dinero, en el respeto del trabajo humano, en la búsqueda de un horizonte de autosuficiencia para cada hombre del mundo. Cada vez más es notorio el papel que la Doctrina Social de la Iglesia tiene en este momento, en crear una sociedad justa y fundada en grandes valores morales, inspirados por el Evangelio.

¡Alabado sea Jesucristo!

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