Metanoia (μετάνοια) ¿Qué significa?

Por: Pbro. Jesús Alberto Esteban Robles.

“Señor, Dios grande y terrible, que guardas la alianza y eres leal con los que te aman y cumplen tus manda­mientos. Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y precep­tos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre” (Dn 9, 4).

“La metanoia” se ha entendido en occi­dente como cambio de mentalidad, sin embargo, desde el oriente cristiano en cuyo origen tiene esta palabra, se tradu­ce por arrepentimiento. Comienza con un entrar en sí mismo reflexionando sobre los actos confrontados a la luz de la Pala­bra y los Mandamientos Divinos.

Los santos padres de la Iglesia ven en el Bautismo la regeneración de la vida, es el acoger en el ser los efectos de la encarna­ción del Hijo de Dios, es la iluminación que hacen la energías divinas en cada cristiano.

Pero, lamentablemente en la debilidad y la falta de sentido poco a poco desviamos la ruta trazada por Dios en su camino y nos alejamos. Esta palabra griega tam­bién puede ser traducida como la actitud del que caminando se da cuenta que ha errado en la dirección y se devuelve para retomar el camino justo. La Cuaresma, es un Tiempo que ofrece Dios por medio de la Iglesia para que recordemos hacia dónde vamos y si nos damos cuenta que hemos desviado la ruta, retrocedamos en nuestros malos pasos para volver al sen­dero que lleva al encuentro del Padre.

El evangelista san Lucas nos regala como fruto de la inspiración divina y los datos que ha recogido, una parábola muy her­mosa y bien conocida por todos, en los la­bios del Señor Jesús nos da el ejemplo del hijo pródigo. Él nos representa, que segu­ramente en algún momento hinchados de egoísmo hemos querido hacer nuestros propios planes sin tener en cuenta el amor y la voluntad de Dios. Nos hemos ido le­jos y como aquel que se distancia de la luz, hemos comenzado a vivir en las tinie­blas, entre los cerdos, hemos despreciado el banquete para pretender saciarnos de las algarrobas. No obstante, en nuestro interior permanece ese ser de hijos que reclama la compañía y el amor del Padre, es la gracia bautismal la que se agita en nosotros y nos hace “recapacitar”. Como un ejercicio de la conciencia, la voluntad queda motivada para regresar: “sí, me le­vantaré y volveré junto a mi Padre” dice el hijo, nosotros también decididos, nos apuramos en volver.

Muchos seguramente hemos hecho expe­riencia de irnos y envueltos en la tristeza de la lejanía hemos sido valientes para re­gresar… la vergüenza nos cubre el rostro, la humillación hacen pesados los pasos del regreso pero nuestro corazón poco a poco vuelve a arder por la llama de este amor que nos atrae. ¡Regresemos! No hay caso para el “qué dirán” porque solo nos alientan los brazos del Padre que siempre aguardó nuestro retorno. Eso es metanoia, es el proceso que inicia en aquella peque­ña grieta que Dios hace en nuestro obsti­nado corazón de piedra para hacer brotar el agua de las lágrimas del arrepentimien­to que limpian, que sanan, y consuelan.

Dios ama a la humanidad, es un filántropo sin fin. Así que no digas: “Yo solía pros­tituirme, cometer adulterio, pequé. Y no una vez, sino muchas. ¿Me perdonará? ¿Me liberará de la condena?” Escuche lo que dice el salmista: “¡Qué grande, Se­ñor, es tu bondad!” (Salmo 30, 20). Tus pecados nunca vencen la magnitud de la misericordia de Dios. Tus heridas nunca exceden su poder curativo. Solo ríndete a Él con fe. Confiesa tu pasión. Di también con el profeta David: “Confesaré sincera­mente mi iniquidad al Señor”. Luego será seguido por lo que el versículo dice: “Y tú, Señor, perdonaste la iniquidad de mi corazón” (Salmo 31, 5).

San Simeón el Nuevo Teólogo dice que “la metanoia es la puerta que nos saca de la oscuridad y nos introduce a la luz”. Gregorio Palamás, refiriéndose a este es­tado, dice que la metanoia es el volver a la gloria original y, en consecuencia, la sanación del hombre. Por eso, dice: “Al nacer en el alma la metanoia, apartamos nuestra mente del hábito pérfido y del conocimiento pecaminoso… sanando nuestra maldad, pero sin dejarnos matar por esta”. El arrepentimiento es la piedra angular de la vida espiritual. El reconoci­miento de nuestra pecaminosidad, el dolor de afligir a Dios, la decisión de cambiar y la confesión son el comienzo de nuestra salvación. El Honorable Precursor (Juan el Bautista) y el Señor mismo comenza­ron a predicar el arrepentimiento. Nadie puede salvarse a menos que se arrepienta. Solo con arrepentimiento un gran ladrón incluso robó el paraíso. El arrepentimien­to ha sido llamado por los Padres de la iglesia “segundo bautismo” o “renova­ción del bautismo”. El arrepentimiento es necesario para recibir el perdón, de no ser así eres imperdonable.

Hermanos, no caigamos en las vanas pre­dicaciones que apuntan a considerar solo la misericordia divina sin tener en cuenta el arrepentimiento, son realmente tenta­ciones del enemigo, porque la llave no basta solo con tenerla en mano para abrir la puerta, es necesario meterla en la cerra­dura, girarla y empujar para poder entrar. La misericordia divina es la llave, la puer­ta es Cristo, el arrepentimiento (μετάνοια) es todo lo demás que nos hace entrar.

Este es el tiempo de la misericordia, un ofrecimiento que hace del buen Dios para que los hijos recapacitemos, nos arre­pintamos, confesemos nuestro pecado y volvamos. ¡Hagámoslo! Con una gran confianza, apoyados en el bastón de la hu­mildad no caigamos en la desesperación de Judas el Iscariote sino que por el con­trario, como Pedro, lloremos y dejemos que el Señor nos confirme en la dignidad de hijos para heredar su gloria. Arrepenti­dos volvamos a casa.

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