El comportamiento del cristiano con la política de su país. San Agustín nos enseña que no podemos evadir esta responsabilidad

Por: Pbro. Samuel Alexis Arias Meza

Foto: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta

Unos son los cristianos que trabajan en la vida pública, en las administraciones locales, nacionales o internacionales, que tienen unos deberes propios; otros son cristianos que forman parte de la sociedad civil que también tienen responsabilidad de cara al bien común, se contribuye al bien común desde el trabajo. Otros los cristianos consagrados que dedican su vida a Dios, Obispos, sacerdotes, religiosas, consagrados, quienes no participamos de la vida pública activamente, pero la sostenemos de un modo particular.

Cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad con la sociedad y la tenemos que cumplir, da igual que estemos hartos y cansados de los líderes políticos o de sus ideas políticas, o por el contrario que estemos encantados de su trabajo que preferimos dejarlos a ellos que sigan haciéndolo todo. Cada uno de nosotros tiene un trabajo que hacer para el bien común, para el desarrollo de la sociedad en la que vivimos; esto es lo que se busca resaltar con este artículo, qué hacen los cristianos en la vida pública, qué tenemos que hacer.

Ante la situación que vivimos en nuestro país; la famosa polarización y radicalización de las ideas políticas, entre los diferentes partidos que llevan adelante el programa de gobierno del presidente, gobernador, alcalde y los grupos de oposición que vigilan, critican y discuten la misma agenda. Tanto así, que nuestros noticieros tienen un segmento especial sólo para la parte política. El problema de esto, radica en que pensemos que la política en el país es sólo de quienes tienen un cargo (que a su vez es carga) u oficio público y nosotros nos quedemos indiferentes pensando que lo que tiene que ver con la política no nos corresponde a nosotros.

Por tanto, lo primero que tenemos que hacer como cristianos frente a nuestra dimensión política es animarnos todos; es cierto que la impresión que tenemos de nuestra sociedad colombiana es que todo esté hecho, o de que nosotros no tenemos nada que hacer, simplemente con votar cada cuatro años hemos cumplido toda nuestra responsabilidad; luego nos olvidamos de quienes salieron elegidos, claro ellos, los que nos representan también se olvidan, no solo de quienes los votaron, sino también de todos a quienes representan. Pero participar en la vida pública no quiere decir votar cada cuatro años, olvidarnos por ese tiempo de nuestra responsabilidad, o que sólo la utilizamos cuando hay elecciones.

Al reflexionar sobre nuestro papel en la construcción de la sociedad (porque al ser seguidores y discípulos de Jesús tenemos unas responsabilidades que derivan de la fe cristiana). Tenemos que ver la vida política como un asunto en el que nos corresponde participar. A esto, nos ayuda San Agustín con su libro La Ciudad de Dios, en el que describe la vida cristiana en una realidad que se debate entre dos ciudades entre las cuales vivimos. San Pablo ya nos narraba la vida de los primeros cristianos relatando que habían cristianos que trabajaban cerca del César, da la impresión de posibles funcionarios. Seguramente muy pocos, fieles a sus obligaciones, fueron respetables, pero sobre todo fueron fiables.

Hasta el siglo IV con Constantino como emperador, la vida cristiana se hace primero libre, luego oficial; para ese entonces, los cristianos ya ocupan muchos cargos en la vida pública (algunos participaban en la política, otros en el ejercito). De alguna forma, sin ningún escándalo, sin ninguna violencia, sin apoyo externo más que el de Dios, poco a poco se fue pasando de una sociedad pagana a una sociedad cristiana.

Es verdad, aunque la sociedad era cristiana, no significaba que la vida moral de sus individuos fuera moralmente cristiana, no era el paraíso terrenal. En toda sociedad sea cristiana o no, siempre existirán diferentes problemas entorno a la vida del ser humano, aunque la sociedad es distinta, es el mismo hombre que participa de ella, con sus cualidades y defectos. A pesar que las normas sean cristianas o no, la ejemplaridad del hombre siempre está marcada por las ocasiones en las que no cumple las normas, o quiere cambiarlas. Sin embargo, las acciones de los cristianos en los primeros siglos fueron dejando un ejemplo entre quienes vivían, fueron testimonios imitables, por su laboriosidad, generosidad, su forma de tratarse unos a otros, su cercanía en el amor, su vivencia del bien común, su servicio a todos. Esto hacia deseable el modo de vida del cristianismo, para toda la sociedad civil. Desde la lectura de San Agustín, estos primeros cristianos construían desde la ciudad terrena, la ciudad de Dios, con sus pies puestos en la tierra tenían su mirada fija en el cielo; sin desconocer las dificultades de sus hermanos, se preocupaban por presentarse delante de Dios con obras de misericordia para participar en la ciudad celeste.

En la actualidad, cuando vemos tantos cristianos desanimados, por el panorama social que vivimos en nuestro país, o por lo que creen que pueda suceder; y miramos al pasado, el panorama de los primeros siglos era mucho peor. Era una sociedad pagana que perseguía a los cristianos hasta la muerte, absolutamente corrupta en sus instituciones, en su vida moral; sin embargo, en este contexto la fidelidad de los cristianos y la eficacia de la fe transformaron una sociedad entera y la hizo cristiana.

Hoy después de XX siglos, tenemos las mismas herramientas, tenemos la fidelidad de la fe, ser fieles a nuestras convicciones, la llamada al servicio a los demás, la vocación apostólica, tenemos la fuerza de la fe, la fidelidad de Dios, que nunca falla y es fiel a su pueblo; la Iglesia es otra herramienta, la cual, nos cuida como madre y maestra. Tenemos las mismas herramientas, para hacer del servicio a la sociedad, que haga del entorno en el que vivimos una sociedad más humana, tenemos que dejar el miedo y vivir con la alegría de ser hijos de

Dios que hace lo que tiene que hacer, trabajar cada día desde la función que tenemos en la sociedad para iluminar desde nuestro testimonio la vida de los demás.

Salir a la sociedad con el objetivo de ser cristianos, cada uno desde donde crea que mejor puede servir, en un partido político, en otro, en un sindicato, en una asociación, en una junta de acción comunal, etc. También, levantando un poco la vista, no estamos hablando de cambiarlo todo en dos o tres meses, y menos en dos o cuatro años. Quizás en tres o cuatro décadas se empezará a notar pequeños cambios y a los mejor en uno o dos siglos el cambio se habrá producido. Todo esto, si empezamos hoy, porque si esperamos más tiempo, pues se tardará mucho más el cambio en llegar.

Decíamos que existen cristianos que participan en la vida pública desde diferentes cargos públicos, como funcionarios, miembros de las decisiones, como jueces, congresistas, senadores, etc. Otros cristianos, la gran mayoría ciudadanos de a pie, a quienes también les afecta la cosa pública; los otros son los que forman parte de la Iglesia, como consagrados, como ordenados, las religiosas y religiosos. Obispos, sacerdotes, religiosas, que también tienen un papel en la vida pública, pero es un papel propio. Cada uno de estos grupos, tienen sus obligaciones, pero también todos participamos de unos deberes que son comunes; porque hay realidades que nos afectan a todos los cristianos. Un ejemplo, es la opción preferencial por los pobres, el tema de los derechos humanos, el respeto de la dignidad de la persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural, la defensa de la familia, célula básica de la sociedad. No podemos olvidar que es una convicción de los cristianos y no sólo de un partido político, el tema de trabajar por la construcción de la paz. Estos son temas que nos incumben a todos los discípulos de Jesús.

También están unos deberes comunes que debemos cumplir, sin importar el lugar que ocupemos dentro de la vida pública; nuestro primer deber es orar, pedir la ayuda de Dios para los gobernantes, para todos los que toman decisiones que afectan a la vida pública, también por nuestras decisiones que afectan a la vida pública. El segundo deber que tenemos es participar de la vida pública, cada uno según sus capacidades, sus posibilidades, cada uno según su lugar. Lo que no podemos hacer es quedarnos indiferentes en casa, que los demás hagan las cosas a su modo. Esta es la responsabilidad que tenemos como miembros de las dos ciudades, participar de la vida pública, no solo de las elecciones políticas, es una responsabilidad de todos creyentes y no creyentes.

No podemos caer en la tentación de colocarnos sólo el traje de católicos cada vez que participamos de la Eucaristía y luego, el resto de días de la semana funcionamos alejados de la fe, en nuestras acciones y decisiones. Es uno de los errores más graves de nuestra vida cristiana. Pensar que la vida cristiana es únicamente la celebración dominical de la Eucaristía. La vida cristiana si es vida afecta todas las decisiones, afecta como trabajamos, como nos relacionamos con los demás, como tratamos al prójimo, como tratamos a nuestra propia familia; la vida cristiana si es cristiana configura nuestra vida, nuestras acciones, nuestros deseos, nuestras decisiones.

Por eso es necesaria la coherencia en la vida cristiana; no sola a la hora de votar, sino también en las decisiones públicas, en las organizaciones políticas, cada uno desde donde participa. Cada uno individualmente, cada quién hace un ejercicio personal de decidir si por nuestra convicción cristiana elegimos o no votar por un candidato, o que ideas políticas seguir, o pertenecer a un sindicato o una asociación. Cada uno desde su libertad, se organiza como quiere, pero de alguna forma nuestras decisiones son fruto de la convicción cristiana, tendría que ser así. Porque no existe una separación total entre un acto individual y un acto social. Toda acción personal, ha estado influenciada por un contexto social; mientras que toda acción social, tuvo en su origen un acto personal.

La pregunta que nos debemos hacer es: ¿por qué no tenemos esa coherencia cristiana en nuestras acciones sociales o públicas? Una primera respuesta, sería la falta de formación y conocimiento sobre nuestra fe, lo que profesar la fe en Jesucristo implica, no conocemos las obligaciones que tenemos por la fe que vivimos. En otras ocasiones, sucede la frase de cliché “ser políticamente correctos”, por respetos humanos, nos da vergüenza ser claros con nuestros principios de fe al hablarlo públicamente con los amigos, o en el trabajo. Mientras en el almuerzo fácilmente hablamos del partido de fútbol, o en la buseta comentamos la novela de moda, pocas veces hacemos conversaciones de la Eucaristía que hemos vivido el domingo anterior. También sucede que aparentemente se hace desaparecer la conciencia cristiana de la opinión pública. En otras ocasiones nos ganan las ambiciones humanas de poder, con un poco de soberbia, egoísmo, nuestra inclinación desproporcionada al beneficio individual.

Nuestra inclinación al pecado nos hace vivir la fe cristiana tan privada, que no la queremos hacer pública. Este es nuestro gran error, ya que olvidamos nuestros dos deberes, primero orar por los gobernantes y quienes dirigen los destinos de los pueblos y además de la oración, involucrarnos activamente en la vida pública.

Debemos orar por los cristianos que trabajan en los tres poderes, por quienes están en el ejercicio de la creación de las leyes, por los jueces que deben impartir justicia, por el poder ejecutivo que guía y conduce no sólo a sus electores, sino a toda la sociedad de la cual han sido elegidos. Son pocos los cristianos que participan en este sector de la vida pública, pero tiene una gran responsabilidad, ya que sus decisiones afectan de gran manera a la sociedad. Una cosa es participar de un cargo público con la consciencia y responsabilidad cristiana, y otra muy diferente que sólo sea un instrumento político de su partido que le dicta que debe o no votar, sin meter en ello, su propia conciencia. Una obligación particular de estos cristianos, quienes tienen cargos públicos, es la de conocer la doctrina social de la Iglesia, la cual presenta principios concretos y generales sobre la organización de la sociedad, no es aplicar las políticas de la Iglesia, porque la Iglesia no tiene políticas. Podemos discrepar en muchos aspectos, porque la doctrina social, presenta principios muy generales, como el principio de solidaridad y el de subsidiariedad.

Otra obligación que tienen es la de prepararse continuamente para servir mejor en el cargo que ejercen, para un cristiano el trabajo es un camino para hacerse santo; los cristianos que están en la vida política, pues ese es su camino para buscar la santidad. Aunque ante los gobernantes que tenemos, en la historia hay testimonio de un político que llegó a la santidad, Santo Tomás Moro; recibió el martirio al mantener su conciencia y los principios cristianos que profesaba. Es un testimonio para quienes lo intentan desde su trabajo en la política, construir la ciudad de Dios, de la cual nos habla san Agustín.

Que al encomendarnos a san Agustín, padre de la Iglesia que ha contribuido para la vida espiritual de muchos cristianos a lo largo de los siglos, sea para nosotros una luz en estos tiempos de polarización que vive Colombia, territorio nacional que contiene una infinidad de riquezas en sus minerales, pero también en las capacidades de su gente y que podamos pedirle al Señor en nuestra oración que nos ayude a ser coherentes con nuestra consciencia cristiana en la vida pública; que podamos participar sin temor, con decisión y en búsqueda del bien común que deseamos para nuestra patria; de esta manera no sigamos con el romanticismo del realismo mágico de creernos el país más feliz, sino de luchar por los derechos fundamentales de todos, que prevalezca la vida, la salud, la educación, como consignas de nuestra identidad cristiana que construye desde la ciudad terrena, la ciudad de Dios.

Nuestra mirada puesta en el cielo, sin tener que caer en la izquierda, o en la derecha o el centro, sino que nuestra fe sea la que mueva nuestra causa por la defensa sobre todo de los más débiles.

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