Cuaresma, tiempo de reconciliación con Dios

“Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Jn 20, 22-23)

La Cuaresma es un llamado claro y sentido a cada uno de nosotros, en la comunidad de fe, para vivir la conversión. Es un cambio profundo de ruta, un momento existencial en el cual nos dirigimos a Dios y a su misterio para hacerlo vida. La conversión nos hace entrar profundamente en el llamado de Dios a vivir según sus mandamientos y a ordenar la propia vida en perfecta armonía con esos deseos del Altísimo. Resuenan las palabras de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio”
(Mc 1, 15). La conversión admite de nosotros un gran esfuerzo, una acción precisa y clara para apartarnos del pecado que limita nuestra respuesta a Dios.

La liturgia y sus signos en este tiempo de Cuaresma nos regalan el espacio del silencio y meditación, en los cuales podemos revisar nuestra vida en profundidad y entrar en la lucha y fatiga de romper la fuerza del mal que, tal vez sin quererlo nosotros, nos aparta de Dios. El texto del Evangelio que hemos leído el domingo pasado, primer domingo de Cuaresma, el relato del tiempo que vive Jesús en el desierto, es signo de esa lucha que todos debemos emprender en el silencio en la soledad, para apartarnos del mal (Mt 4, 1-11). Nuestro camino de seguimiento de Cristo y de su Evangelio tiene que estar marcado por una profunda actitud de vida coherente, donde entremos en lo profundo de nuestros corazones para arrancar hechos de vida que nos separaran de Dios. Tiempo de corrección, de purificación, de profunda reflexión sobre nuestras miserias.

Ir al desierto, entrar en el silencio y en la moderación de vida es repetir la experiencia del Pueblo de Israel para caminar detrás de la columna de fuego, y reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas. Nuestro tiempo tiene una gran necesidad de la espiritualidad, de los valores superiores, de la aceptación de Dios y de sus mandamientos.

A veces nuestras vidas se convierten en algo mundano, en un “carnaval”, donde solo la diversión, el placer, la respuesta a condiciones de bienestar nos separan de Dios y de los verdaderos valores que deben animar nuestra vida. Es la presencia del pecado y su triunfo en nuestras existencias. Con el seguimiento de doctrinas, de modelos culturales y de mercado (pensemos en la gran disponibilidad de bienes y de tecnología en nuestros días) nos separamos de la voluntad de Dios.

Este tiempo tiene que permitirnos entrar en nuestro corazón, en nuestras conciencias, en las acciones y, especialmente, en las motivaciones de nuestra vida y en las opciones de fe que hemos hecho a lo largo de nuestras existencias. Las modernas teorías de administración obligan a los responsables de los bienes a revisar constantemente el “balance” y las cuentas que se hacen de su gestión. Cada uno de nosotros tiene que revisar su existencia, sus hechos de vida, para entrar profundamente en la necesidad de sentido y de la respuesta a Dios.

Dice el Apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios “Dejémonos reconciliar con Dios” (2 Cor 5, 20). No podemos permanecer pasivos de frente a esta invitación, aceptando esta invitación a la nueva vida que nos ofrece el Creador en Jesucristo su Hijo que es verdadero Redentor y Salvador del mundo.

Este es un tiempo de gracia, la Pascua que nos preparamos a celebrar, nos permite entrar en el Plan de Dios. En este tiempo, en muchos momentos y circunstancias revisamos nuestra vida y nuestros comportamientos, repasándolos y entrando profundamente en la realidad personal, poniendo los correctivos y viviendo la personal conversión a Dios, en el sacramento de la reconciliación que nos regala la gracia y nos hace entrar en el misterio del perdón de Dios a los hombres y mujeres en todos los tiempos de la historia humana. La Iglesia nos ofrece el sacramento de la reconciliación que es tiempo de gracia, para expresar con nuestro corazón arrepentido que queremos cambiar y volver a Dios.

La vivencia de los sacramentos es la presencia de Dios en la historia de los hombres, nos lleva a fortalecer nuestra relación con Dios y con los hermanos de nuestra comunidad de fe que, con una gran seguridad camina hacia el Todopoderoso. Es una revisión necesaria de la vida, de los hechos, de los comportamientos para dar una respuesta generosa a Dios, desde los mandamientos de la Ley de Dios. Estos preceptos son una norma de vida que el Todopoderoso entrego a al pueblo de Israel y a todos los hombres para que podamos, siguiéndolos, cumplir su voluntad (Ex 20, 1-17). Confesarnos es entrar en el perdón que Cristo nos ofrece y nos regala desde la cruz.

Los sacerdotes, con un gran esfuerzo, van visitando las parroquias, por decanatos para celebrar el sacramento de la penitencia, aprovechemos esta oportunidad que nos regala la gracia de la conversión en un signo preciso y claro. No dejemos pasar este tiempo de gracia acercándonos al Misterio del sacramento de la reconciliación, recibamos la gracia santificante que reconstruye nuestra condición de hijos de Dios.

¡Alabado sea Jesucristo!

Monseñor
Víctor Manuel Ochoa Cadavid

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